LA PARADOJA DE LA FALTA DE TIEMPO
El tiempo del que disponemos cada día es elástico: las pasiones que sentimos lo dilatan; las que inspiramos lo encogen, y el hábito lo llena por completo.
MARCEL PROUST, En busca del tiempo perdido.
MARCEL PROUST, En busca del tiempo perdido.
La capacidad de elegir cómo distribuimos nuestro tiempo forma parte de la esencia de una concepción positiva de la libertad. La ociosidad y la abundancia de tiempo libre fueron antaño distintivos de la aristocracia. Hoy, una existencia ajetreada y frenética en la que tanto el trabajo como el ocio están abarrotados de múltiples actividades denota un elevado status. Sin embargo, como en el pasado, el control de la gente sobre su propio tiempo depende en gran parte de sus circunstancias personales y de sus recursos financieros. Aunque eso vale igualmente para nuestra relación con la tecnología, en este capítulo nos centraremos en las cambiantes pautas de la vida laboral y familiar que afectan a las experiencias de falta de tiempo tanto de los hombres como de las mujeres.
Un tema importante del presente volumen es que el ritmo de nuestras vidas, el propio significado del trabajo y del ocio, se están viendo reconfigurados por la digitalización. Pero en este momento resultaría útil considerar otras dimensiones y causas de la sensación de apremio que a menudo se pasan por alto. Sobre este asunto quiero sacar a colación algunos datos tan interesantes como creíbles acerca de cómo la gente utiliza realmente su tiempo. Este detallado examen revelará las limitaciones de tratar todo el tiempo como si fuera uniforme, como si solo habitáramos un único espacio-tiempo, el de la aceleración. También puede ayudar a resolver el enigma de cómo es que a menudo tenemos la sensación de menos tiempo para las cosas que queremos hacer del que realmente tenemos.
A qué dedica la gente su tiempo es importante para su calidad de vida, independientemente de los ingresos generados, tal como los economistas y hasta los gobiernos han empezado a entender. Un paso en esta dirección fue la creación en Francia de la denominada Comisión sobre la Medición del Desarrollo Económico y del progreso Social, a instancias del expresidente francés Nicolas Sarkozy, con el propósito de explorar los límites del producto interior bruto (PIB) como indicador del desarrollo económico y progreso social, y cuya conclusión fue que <<la llegado la hora de que nuestro sistema estadístico se centre más en la medición del bienestar de la población que en la medición de la producción económica>>. Presidida por el economista y premio Nobel Joseph Stiglitz, la comisión hacía hincapié en el error de evaluar el bienestar únicamente en términos de recursos financieros. Este hecho se enmarca en el reconocimiento generalizado en economía de que la gente no se hace necesariamente más feliz cuando se hace más rica.
En un tono similar, aunque más filosófico, Discretionary Time: A New Measure of Freedom trata de cambiar nuestra forma de pensar con respecto a qué es lo que contribuye a la calidad de vida. Según sus autores, la cantidad de tiempo de la que disponemos importa tanto como cuánto dinero tenemos. La argumentación del libro se centra en una potente idea: que la posibilidad de elegir a qué dedicamos nuestro tiempo es fundamental en la sensación de libertad del individuo:
Cuando decimos que una persona <<tiene más tiempo>> que otra no pretendemos decir que su día tenga literalmente una vigesimoquinta hora. Lo que queremos significar es, más bien, que esa persona tiene menos restricciones y más opciones a la hora de decidir a qué dedica su tiempo. Tiene un mayor <<control autónomo>> sobre su tiempo. La <<autonomía temporal>> consiste en tener un control <<discrecional>> sobre nuestro tiempo.
Inversamente, cuantas menos posibilidades tenemos de determinar a qué dedicamos nuestro tiempo, más <<esclavizados>> y privados de libertad se verá nuestro ser. El concepto de tiempo discrecional como medida de libertad resulta atractivo, y, de hecho, se hace eco de ideas anteriores sobre el deseo de soberanía temporal, o de control sobre el propio tiempo, como un importante indicador de satisfacción y bienestar vital. Estos conceptos sustentan argumentos normativos que tratan la asignación y la disponibilidad de tiempo como importantes dimensiones de justicia social y de legítimo interés político. De ese modo, en lugar de centrarnos en la velocidad en sí misma, para conseguir nuestra exploración de la sociedad de la aceleración debemos examinar la cambiante dinámica de la distribución del tiempo.
Un tema importante del presente volumen es que el ritmo de nuestras vidas, el propio significado del trabajo y del ocio, se están viendo reconfigurados por la digitalización. Pero en este momento resultaría útil considerar otras dimensiones y causas de la sensación de apremio que a menudo se pasan por alto. Sobre este asunto quiero sacar a colación algunos datos tan interesantes como creíbles acerca de cómo la gente utiliza realmente su tiempo. Este detallado examen revelará las limitaciones de tratar todo el tiempo como si fuera uniforme, como si solo habitáramos un único espacio-tiempo, el de la aceleración. También puede ayudar a resolver el enigma de cómo es que a menudo tenemos la sensación de menos tiempo para las cosas que queremos hacer del que realmente tenemos.
A qué dedica la gente su tiempo es importante para su calidad de vida, independientemente de los ingresos generados, tal como los economistas y hasta los gobiernos han empezado a entender. Un paso en esta dirección fue la creación en Francia de la denominada Comisión sobre la Medición del Desarrollo Económico y del progreso Social, a instancias del expresidente francés Nicolas Sarkozy, con el propósito de explorar los límites del producto interior bruto (PIB) como indicador del desarrollo económico y progreso social, y cuya conclusión fue que <<la llegado la hora de que nuestro sistema estadístico se centre más en la medición del bienestar de la población que en la medición de la producción económica>>. Presidida por el economista y premio Nobel Joseph Stiglitz, la comisión hacía hincapié en el error de evaluar el bienestar únicamente en términos de recursos financieros. Este hecho se enmarca en el reconocimiento generalizado en economía de que la gente no se hace necesariamente más feliz cuando se hace más rica.
En un tono similar, aunque más filosófico, Discretionary Time: A New Measure of Freedom trata de cambiar nuestra forma de pensar con respecto a qué es lo que contribuye a la calidad de vida. Según sus autores, la cantidad de tiempo de la que disponemos importa tanto como cuánto dinero tenemos. La argumentación del libro se centra en una potente idea: que la posibilidad de elegir a qué dedicamos nuestro tiempo es fundamental en la sensación de libertad del individuo:
Cuando decimos que una persona <<tiene más tiempo>> que otra no pretendemos decir que su día tenga literalmente una vigesimoquinta hora. Lo que queremos significar es, más bien, que esa persona tiene menos restricciones y más opciones a la hora de decidir a qué dedica su tiempo. Tiene un mayor <<control autónomo>> sobre su tiempo. La <<autonomía temporal>> consiste en tener un control <<discrecional>> sobre nuestro tiempo.
Inversamente, cuantas menos posibilidades tenemos de determinar a qué dedicamos nuestro tiempo, más <<esclavizados>> y privados de libertad se verá nuestro ser. El concepto de tiempo discrecional como medida de libertad resulta atractivo, y, de hecho, se hace eco de ideas anteriores sobre el deseo de soberanía temporal, o de control sobre el propio tiempo, como un importante indicador de satisfacción y bienestar vital. Estos conceptos sustentan argumentos normativos que tratan la asignación y la disponibilidad de tiempo como importantes dimensiones de justicia social y de legítimo interés político. De ese modo, en lugar de centrarnos en la velocidad en sí misma, para conseguir nuestra exploración de la sociedad de la aceleración debemos examinar la cambiante dinámica de la distribución del tiempo.
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