La obra de Germaine Tillion se inserta, pues, en la tradición de lo que recibe el nombre de <<ensayo>>. Este género es por excelencia el que permite hacer justicia al matiz. No solo porque, en el fondo, exige una argumentación a tientas, reflexiva, sino sobre todo porque, desde el punto de vista de la forma, implica un rechazo a verse confinado. A todos aquellos que pretenden ejercer de policías de fronteras erigiendo un muro infranqueable entre el pensamiento y la literatura, el ensayo les responde con orgullo: no, la escritura no tiene por qué elegir su bando; del mismo modo que el conocimiento no excluye la emoción, tampoco la reflexión es incompatible con la poesía.
<<En busca del tiempo perdido: ¿novela? ¿ensayo? Ninguna de las dos cosas o las dos a la vez>>, se atrevió a escribir Roland Barthes. Proust no quiso limitarse a un único marco, prefiriendo optar por una forma mixta. Y del mismo modo que Barthes no duda en anclar En busca del tiempo perdido en el territorio del ensayo, afirma que, a su modo de ver, la ficción no puede limitarse a la novela. Un gran sistema intelectual, como el marxismo o el psicoanálisis por ejemplo, forman parte de ella a su manera: <<La teoría es un poco como la novela que hemos disfrutado escribiendo en los últimos diez años>>, declaraba el semiólogo en 1977.
Presentar las cosas de este modo, dejar en libertad la escritura, mantener abierta la cuestión de las formas, es tomar partido en la cuestión del matiz. Supone, sobre todo, perpetuar la convicción de que, en última instancia, la literatura sigue siendo la mejor situada para arrojar luz sobre la realidad en su complejidad. La literatura es la <<maestra del matiz>>, dice Roland Barthes, que resume su proyecto existencial con esta consigna exaltante: <<intentar vivir según los matices que nos enseña la literatura>>.
La literatura es el género más capacitado para subvenir las lógicas binarias; ella sola puede desbaratar los razonamientos maniqueos que dividen a la humanidad en amigos y enemigos; en una palabra, la literatura es la guardiana de la pluralidad infinita que distingue nuestra condición: esta es una convicción que comparten los autores presentes en este libro. Todos ellos son además ensayistas, dicho con otras palabras, autores que se niegan a separar el saber y la literatura, la búsqueda de la verdad y el disfrute del texto. Al firmar Los grandes cementerios bajo la luna, Bernanos entregó un panfleto sobre la guerra civil española, pero desde su aparición pareció evidente que este ensayo de combate era una gran obra literaria. Del mismo modo, la fuerza del Homenaje a Cataluña de Orwell, publicado en el mismo momento y sobre el mismo tema, reside en la forma en que hace coincidir el lirismo de la frase con la voluntad de comprender.
<<Lo esencial para mí es comprender: tengo que comprender. La escritura, para mí, también forma parte de este proceso de comprensión>>. confiaban por su parte Hannah Arendt. La filósofa que a menudo pasa por un espíritu fríamente razonador, nunca dejó de articular la cuestión del pensamiento con la de la lengua, y ante todo con la de la poesía. A decir verdad, sus primeras reflexiones se desarrollaron en el horizonte de los poemas que ya componía de adolescente, y que posteriormente guardó junto a lela, contra viento y marea, de exilio en exilio. Cuando evocaba la nostalgia por su lengua materna, el alemán, era para decir que esta lengua estaba asociada para siempre a los numerosos poemas, en particular los de Goethe, que conocía de memoria desde los 12 años. Tras llegar a los Estados Unidos, le gustaba rodearse de poetas y, más ampliamente, de amigos que, como ella, consideraban que el recurso a la tradición poética permite sustraer al lenguaje del control del dogmatismo y de los clichés. Consideraba la poesía como el mejor medio de conocerse a sí mismo y de salir al encuentro del otro. En un homenaje al escritor Gotthold Ephraim Lessing, generalizó este poder de alucinación a la literatura en su conjunto: <<Así es como abrimos constantemente el camino de la "poesía", en el sentido más amplio, como poder del hombre [...] Ninguna filosofía, ningún análisis, ningún aforismo, por muy profundo que sean, pueden compararse en intensidad y plenitud de sentido con una historia bien contada>>. Y en el magnífico homenaje que rindió a su amigo Walter Benjamin, que, como hemos visto, se había suicidado en 1940 por miedo a caer en manos de los nazis, Arendt insiste en la soledad de este escritor inclasificable, ni del todo filósofo, ni verdaderamente crítico literario, que nunca encontró la fuerza para integrarse a ningún clan partidista o camarilla universitaria, pero cuyo coraje, el que alimentó una obra de irradiación planetaria, fue resumido por Arendt en los siguientes términos: <<Sin ser poeta ni filósofo, pensaba poéticamente>>.
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