Alejandro Gándara (Dioses contra microbios) Los griegos y la Covid-19

LAS MUSAS Y LOS NÚMEROS,  RECUENTO DE VÍCTIMAS

Se habla de números todo el rato, bueno, en realidad no se habla, porque de los números no se puede hablar: solo hablan ellos. En su turno, lo demás calla. Hay gente a la que le gusta pronunciar números, pero solo porque quiere decirte algo, no hablar sobre ello. El número, aunque también vale la cifra o la cantidad, infunde autoridad a unos y silencio a otros.

Número de infectados, número de fallecidos, número de ingresados en las UCI, número de enfermos dados de alta, índice de contagio, de letalidad, número de agregados y desagregados, en porcentajes, en curvas, por provincias, por sectores, comparativos a escala nacional, internacional, global, números divergentes, por día, por mes, desde el principio, desde la última semana, contrastados con otras crisis sanitarias, económicas, números del hundimiento del PIB desde que empezó la pandemia, de la deuda pública, del fondo de ayuda, de parados, de parados futuros, de renta, de Hacienda, de pérdidas, de ganancias por provincias, por comunidades, desde el decreto de alarma, desde principios de año, hasta el final de año, de ayuda a las empresas, de ayuda a los autónomos, de créditos bancarios, de créditos a las autonomías, de créditos europeos, de compañías cerradas, en ruina, de primas de riesgo, números que niegan otros números, números que se rebelan, números que resisten, números posibles, números intuitivos, números especulativos, proyectivos...

¿Seguro que no nos pasa nada o nos ha pasado por la exposición a semejante bombardeo? ¿Hay alguien que pueda entender toda esa aritmética, relacionarlo todo y contemplar algo así como una imagen resultante, una conclusión legítima, una visión? Son demasiados, hay un ambiente atónito dentro y fuera de la cabeza que, sin embargo, no cesa de girar en busca de entendimiento. Puede que terminemos comunicándonos a través del silencio que dejan en el aire, en los ojos, en la boca. 

Su silencio es también el de la correspondencia con la realidad, a qué alude su exactitud. Son exactamente con ellos mismos, un himno al principio de identidad, mil es igual a mil, más allá de eso... ¿Qué dice el número de contagios cuando no se han hecho test ni al 10 por ciento de la población? ¿Y el índice de letalidad cuando no estamos seguros del número de muertos ni de contagiados? Apenas nada. ¿Y qué hacer con la discrepancia en 6.800.000 infectados entre el Imperial College y el Ministerio de Sanidad? Menos que nada. Todos los números, todas las cifras caen a continuación como un castillo de naipes. Eran un castillo de naipes. No han perdido su contundencia, porque un número sigue siendo un número, un golpe de precisión sobre tanta ambigüedad, pero han perdido el norte.

A lo mejor es verdad que llegaremos al fondo del asunto guardando silencio y dejando que las cifras parloteen cuanto quieran. Nuestro silencio extendiéndose como una red invisible de sentido. En España van 25.000 muertos. ¿Y eso qué dice, son muchos o son pocos? Depende de con qué lo comparemos. Si los comparamos con la mal llamada gripe española de principios del XX, no son nada. O con los niños muertos en la Segunda Guerra Mundial. Para ser sinceros, es un número vergonzoso: deberíamos esforzarnos en morir muchísimos más si no queremos hacer el ridículo en la Historia. Como mínimo llegar al millón; o desnudaremos la catadura moral de nuestras tragedias, de nuestro coraje. Es la hora de los patriotas, de los que deben morir para salvar el honor de todos. Somos novios de la muerte. Ahora, a casarse.

Pero si los comparamos con los 6.800 de Alemania o los 250 de Corea del Sur en estas mismas circunstancias, entonces parece que los jinetes del Apocalipsis se han pegado una buena cabalgada por estos pagos.

¿Pero hasta dónde llega la desgracia, cuál es su monto, con cuánta desesperación debemos relacionarnos con ella? Bueno, como dice el adagio, cuando una persona, solo una, muere, todos morimos un poco. Eso ya es desgracia. Pero la cifra es pequeña: uno. Demasiado poco para la estadística existencial y quizá ni siquiera sea una cuestión de número. Los números se hablan entre ellos, no con nosotros, de acuerdo; pero entre ellos, unos a otros, indefinidamente. Ahora hay muchos muertos por enfermedad, o pocos, depende. Pero si la humanidad se encontrara en peligro extremo de extinción, ¿qué supondría la desaparición de algún millar de millones de individuos del planeta? Mucho dolor. Una gran victoria. 

No hay manera de que acudan a nuestra ayuda. Basta fijarse en esas escalas de color del I al 10, con las que los médicos se orientan sobre el sufrimiento de los pacientes. ¿Podemos comparar el 7 en sujetos tan diferentes como un hipocondríaco, un mártir y una persona con esclerosis múltiple? La papeleta se la queda el médico, porque el número no le proporciona un dato, sino que le invita a resolver un problema que antes no tenía. El de la ecuación personal que altera cualquier cifra. 

[...] En realidad, la cuantificación fue un fenómeno histórico que fundó la identidad del Occidente cristiano. No es equivalente al número, aunque se exprese con él. Las culturas antiguas también tenían números y también formaban cantidades con ellos, pero no eran culturas cuantificadoras. El asunto va de un proceso constante y acelerado de concebir y definir el mundo real por entero en términos de cantidad, usando instrumentos de mediación aritmética. En términos de mónadas cuantitativas, homogéneas.

Los cañones, los relojes, la música escrita, las horas exactas del día, la economía dineraria y finalmente la imprenta, con sus tipos homogéneos, fueron algunos de los modos en que se expresó la nueva mentalidad a partir de 1200, aproximadamente. El mundo se podía medir y el implícito pacto social que suscitó apremiaba a llamar mundo a lo que podía medirse y expresarse mediante cantidades. Lo otro era hechicería o misticismo, ambas actitudes repudiadas por igual y con igual vocación de acabar en la hoguera. En cuanto al alma, se quedó convertida en una página de Excel de mandamientos y promesas, con sus correspondientes pecados y virtudes, y dejó de volar al cielo, como consecuencia de que el espacio aéreo empezó a estar vigilado por teólogos e inquisidores.

El número expresó menos una equivalencia entre cualquier aspecto que pudiera medirse, que la necesidad de que todo lo medible lo fuera después de haber sido previamente reducido a elementos homogéneos de medida. Los asistentes a un campo de fútbol y el dolor de una persona son reducidos a esas mónadas que llamamos números. El dolor de los parados en una crisis económica es también expresado en estas mónadas o dígitos. Mucho dolor: cinco millones de parados. Menos dolor: dos millones. Dolor despreciable: un parado. 

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