John Gray (El silencio de los animales) Sobre el progreso y otros mitos modernos

LOS ALQUIMISTAS DE LAS FINANZAS

Ha finales del siglo XX se instauró un nuevo tipo de política económica. En el pasado, el capitalismo reconocía el peligro del endeudamiento: hasta entonces, para que la economía no estuviera demasiado basada en el préstamo, se habían establecido límites sobre cuánto podían prestar los bancos. En el nuevo capitalismo se creía que la deuda podía crear riqueza: prestando suficiente dinero a gente suficiente, pronto todo el mundo sería rico.

La riqueza real es física e intrínsecamente finita: la riqueza real está formada por cosas que se utilizan o que se dejan oxidar, el tiempo las consume. La deuda es potencialmente ilimitada, se alimenta así misma y aumenta tanto que resulta imposible saldarla. La riqueza inmaterial creada por el nuevo capitalismo era también potencialmente ilimitada. La práctica de ofrecer hipotecas de alto riesgo, préstamos que los prestatarios nunca podrían devolver con sus ingresos, se ha descrito como préstamo abusivo. Y así lo era desde un determinado punto de vista. A no ser que los precios de la vivienda continuaran subiendo, los prestatarios estaban destinados a incumplir los pagos. Los únicos que se beneficiaban claramente de todo ello eran los empleados del los bancos, que recibían comisiones por vender préstamos que sabían que no podrían ser devueltos. 

Desde otro punto de vista, esta práctica era una forma de alquimia. Prestar dinero a gente que no podía permitirse esos préstamos era una manera de crear riqueza a partir de la nada. A pesar de la deslocalización industrial, la pérdida de habilidades de los trabajadores y el encarecimiento del petróleo, la prosperidad continuaba aumentando. La riqueza no se arrancaba de la tierra como antaño. Entre los antiguos alquimistas, los intentos de convertir un metal común en oro era considerado una forma del arte de la magia, un intento de subvertir las leyes de la naturaleza. En el siglo XXI, los que se dedican a la presunta disciplina de las ciencias económicas no fueron tan perspicaces. Salvo en contadas excepciones, se quedaron boquiabiertos cuando este experimento de alquimia terminó en farsa y en ruina.

El hipercapitalismo basado en la deuda que emergió en estados Unidos en las últimas décadas del siglo XX tenía que tener necesariamente una corta existencia. Los hogares cuyos ingresos decrecían o se mantenían al mismo nivel no podían pagar un endeudamiento en escalada. Cuando estalló la crisis financiera de 2007, el nivel de ingresos de la mayoría de los estadounidenses llevaba más de treinta años estancado. El auge del crédito había ocultado el empobrecimiento de la mayoría. Una nueva política económica estadounidense estaba emergiendo: una política económica en la que la proporción de la población que se encuentra entre rejas supera a la población presa de cualquier otro país, en la que hay muchísimos desempleados de larga duración, y en la que gran parte de los contratos son temporales y en la que mucha gente subsiste de la economía sumergida derivada del tráfico de de drogas, la prostitución y los mercadillo. Una economía propia de la época de las plantaciones en cuya versión posmoderna la servidumbre se puede encontrar en la calle en cualquier esquina. 

Según algunos historiadores, la desigualdad en Estados Unidos a principios del siglo XXI es mayor de lo que lo era en la economía esclavista de la Roma imperial del siglo II. Por supuesto, hay diferencias. Puede que el Estados Unidos de hoy sea menos estable que la Roma imperial. Cuesta comprender cómo la riqueza volátil de papel de unos pocos puede mantenerse sobre la base de una fuerza de trabajo diezmada en una economía hueca. El problema insuperable del capitalismo estadounidense quizá sean los beneficios decrecientes de la esclavitud de la deuda.

No es sólo la pobreza generalizada lo que hace difícil vivir bajo el nuevo capitalismo. En América del Norte más que en ningún sitio, la creencia de que la vida de una persona puede ser una historia de continua mejora ha formado parte de la psique. En la nueva economía, en la que la existencia desarticulada es una suerte común, esa historia carece de sentido. Si el significado de la vida se proyecta hacia el futuro ¿cómo ha de vivir la gente cuando el futuro ya no se puede imaginar? El éxito del <<Tea Party Movement>> sugiere un repliegue hacia una especie de psicosis cargada de rencor, cuyos populistas demagogos prometen un retorno a un pasado mítico.

Y lo que está ocurriendo en Europa no es tan diferente. Al tiempo que las clases trabajadoras se quedan sin trabajo, las clases medias ese están convirtiendo en un nuevo proletariado. El resultado final del boom ha sido la merma de los ahorros y la destrucción de los oficios. Como resultado de la austeridad, se está produciendo una huida de la ciudad al campo y una reversión a la economía de trueque, reverso del desarrollo económico. La ironía, un tanto predecible, es que la determinación de imponer la modernización está forzando una vuelta a formas de vida más primitivas.

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LA FELICIDAD, UNA FICCIÓN DE LA QUE ES MEJOR DESHACERSE
Freud escribió a una de sus pacientes: <<No dudo que para el destino sería más fácil que para mí curarla, pero ya se convencerá usted de que adelantamos mucho si conseguimos transformar su tristeza histérica en un infortunio corriente. Una vez restaurada su vida interior, tendrá usted más armas para luchar contra esa infelicidad>>. Para Freud, la búsqueda de la felicidad nos distrae del hecho de vivir. Sería mejor ponerse algo diferente como objetivo, un tipo de vida en el que uno no necesitara una ilusión de satisfacción para considerar el hecho del ser humano una experiencia interesante  que merece la pena vivir.

Según el credo contemporáneo, la plenitud sólo puede encontrarse siendo la persona que uno realmente quiere ser. En cada uno de nosotros hay posibilidades únicas que esperan ser desarrolladas. Para nuestra desgracia, la mayor parte de estas posibilidades terminan en frustración, razón por la que a mucha gente le ahoga su vida: han perdido la oportunidad de ser ellos mismos. ¿Pero saben a caso quién es la persona que quieren ser? Si llegaran a ser esa persona ¿serían entonces <<felices>>? En la practica sólo alguien que estuviera crónicamente triste basaría su vida en una especulación tan disparatada. Lo que en realidad ocurre es que la mayoría de la gente pasa su vida en un estado de prometedora agitación. Encuentran sentido en el sufrimiento que conlleva la lucha por la felicidad. En su huída del vacío, no hay nada a lo que la humanidad moderna esté tan apegada como a este estado de tristeza feliz.

La idea de la realización personal debe mucho al movimiento romántico. Para los románticos, la originalidad era el logro supremo. Al crear nuevas formas, el artista era como un dios. Los poemas y los cuadros de los artistas románticos no era eran variaciones sobre temas tradicionales. Esteban hechos para ser algo nuevo en el mundo y pronto comenzó a pensarse que cada vida humana podía ser original de esta misma manera. Sólo buscando y llegando a ser su yo verdadero podía uno ser feliz.

Para Freud no había ningún yo verdadero que encontrar. La mente era un caos y la tarea de la razón consistía en poner orden sobre ella. En 1932, Freud se carteó con Einstein, quien le preguntó si alguna vez terminarían las guerras. En este contexto, Freud escribió: <<Lo ideal sería, desde luego, una comunidad de hombres que hubieran sometido su vida instintiva a la dictadura de la razón. Ninguna otra cosa sería capaz de producir una unión más perfecta y resistente entre los hombres, aun renunciando a vínculos efectivos entre ellos, pero es muy probable que sea una esperanza utópica>>.

Para Freud la vida humana era un proceso de construcción del ego, no una búsqueda de un yo interior ficticio. Si uno se empeña en buscar su yo verdadero, nunca dejará de sentirse decepcionado. Si uno no tiene un potencial especial, el coste de intentar conseguir que su naturaleza interior dé frutos será una existencia dolorosamente malgastada. Si no tiene un talento inusual, este talento sólo le proporcionará la plenitud buscada si los demás también lo encuentran valioso. Hay pocos seres humanos tan infelices como aquéllos que tienen un don especial por el que nadie se interesa. En cualquier caso, ¿quién quiere pasarse la vida sin hacer nada más que esperar a ser reconocido? Como escribió John Ashbery:

Un talento para la propia realización
no te llevará más que hasta el espacio que queda libre
junto al depósito de madera, donde se pasa lista.

El ideal romántico invita a la gente a buscar su auténtico yo. No existe un tal <<yo>>, pero eso no significa que podamos ser cualquier cosa que queramos. El talento es un don de la fortuna, no algo que podamos elegir. Si uno cree tener un talento que resulta no tener, se convierte en una versión de Salieri, el compositor cuya vida se envenenó con la aparición de Mozart. No es que Salieri no tuviera talento. Durante gran parte de su vida tuvo una carrera exitosa. Pero si hemos de creer el retrato que Pushki y otros nos han dejado de él, su vida estuvo consumida por la sospecha de que no era más que un impostor. Una sociedad en la que a la gente le han enseñado a ser ella misma tiene que estar forzosamente llena de impostores. 

La idea de la propia realización es una de las ficciones modernas más destructivas. Sugiere que uno sólo puede florecer en un tipo de vida o en un pequeño número de vidas similares, cuando lo cierto es que todo el mundo puede desarrollarse en un gran variedad de formas. Pensamos que una vida feliz es aquélla que termina en plenitud. Desde Aristóteles, los filósofos nos han animado a pensar de esta manera: mirando hacia atrás. Pero eso significa mirar nuestra vida como si ya hubiera terminado, y nadie sabe cómo acabará su vida. Pasarse los días escribiendo la esquela de la persona que uno habría podido ser parece un extraño modo de vida.

Los seres humanos tienen más probabilidades de encontrar maneras de vivir bien si no se pasan la vida intentando ser felices. Esto no significa que hayamos de perseguir la felicidad de forma indirecta, una idea también heredada de Aristóteles. En su lugar, lo mejor que podemos hacer es no buscar la felicidad en absoluto. Buscar la felicidad es como haber vivido de antemano todo lo que es importante: lo que uno quiere, quién es... ¿Por qué encanquetarse a uno mismo la carga de ser un personaje en una historia tan sosa? Mejor inventarse la propia vida mientras se camina y no apegarse demasiado a las historias que uno se cuenta a sí mismo por el camino.

Aprender a conocerse a uno mismo significa contar la historia de la propia vida de una manera más imaginativa que en el pasado. Al tiempo en que uno llega a ver su vida a la luz de esta nueva historia, uno cambia. La vida de uno la conformará entonces una ficción, podría decirse. A lo que Freud se refería al hablar del trabajo de la construcción del ego es el hecho de enmascarar ficciones. El yo en sí mismo es una ficción, una ficción que nunca se fija ni se termina. En palabras de Freud: <<En el ámbito de la ficción encontramos la pluralidad de vidas que necesitamos>>.

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