Elettra Stimilli (Deuda y culpa)

ENTRE TEOLOGÍA POLÍTICA Y TEOLOGÍA ECONÓMICA

Más allá de los límites de la ciencia económica 

El predominio de la economía en todos los ámbitos de la vida política y social al que hemos asistido en los últimos treinta años lleva a reflexionar sobre la inédita relación que este proceder ha instaurado entre las modalidades de existencia de los individuos y la gestión económica global. No es que esta relación no existiera también en el pasado; la economía capitalista ha instituido siempre un íntimo vínculo con la vida individual, antes basado fundamentalmente en la explotación de capacidades específicas en forma de trabajo. Lo que hoy ha cambiado sustancialmente es el hecho de que entran en consideración no solo, y no únicamente, prestaciones específicas, sino la vida entera y la misma capacidad humana de dar valor a la vida. Este fenómeno es particularmente evidente en el actual proceso de financiarización de la economía.

Como sostiene el sociólogo Luciano Gallino, en los últimos tiempos hemos asistido al desarrollo de una «megamáquina» construida con «el objetivo de maximizar y acumular, en forma de capital y a la vez de poder, el valor extraíble del mayor número posible de seres humanos». El aspecto inédito de esta nueva forma de «extracción de valor» es el hecho de que «tiende a abarcar cada momento y cada aspecto de la existencia». Su fuerza y su éxito no se deben «a una economía que con sus innovaciones ha transformado la política, sino una política que ha identificado sus propios fines con los de la economía financiera».

Como máquina social, el capitalismo financiero ha superado todas las formas anteriores [...], debido a su extensión planetaria y a su penetración capilar en todos los subsistemas sociales y en todos los estratos de la sociedad, de la naturaleza y de la persona.

Por un lado, las operaciones económicas han alcanzado hoy un grado extremo de abstracción y son cada vez más dependientes de transacciones financieras que determinan el curso del mundo de una manera aparentemente autónoma con respecto a la economía real y las existencias individuales. Pero, por otro lado, invertir en la vida de los individuos es el objetivo central de las nuevas formas de espíritu emprendedor, que han caracterizado el giro neoliberal y el proceso de financiarización de la economía.

Lo que ha permitido a esta «megamáquina» funcionar de manera tan ramificada es justamente la estrecha relación instaurada con las vida de las personas. Condición imprescindible de este fenómeno es que la empresa —la empresa capitalista— ocupe el centro de todas las relaciones sociales, individualizándose en la forma de «empresa de sí mismos». Los individuos han sido inmersos en el proceso de extracción de valor, que es el punto de partida de la máquina capitalista, mediante una inversión sobre su misma existencia. A pesar del nivel extremo de abstracción alcanzado por las operaciones económicas que determinan la economía mundial y paralelamente con el vínculo cada vez más estrecho que se ha instaurado entre empresas y mercado financiero, la creciente incidencia de las finanzas en los mercados se conecta profundamente con el ritmo de la vida de las personas concebidas como «capital humano» y «empresa de sí mismas». La distinción entre economía real y economía financiera, en la que se basa gran parte de los estudios en este terreno, parece hoy muy problemática. Pero sobre todo pasan a primer plano elementos antes subvalorados o en todo caso considerados secundarios en el desarrollo de los procesos económicos. 

[...] El predominio de los mercados financieros sobre los gobiernos estatales es particularmente evidente en las políticas neoliberales relativas a la financiarización de las deudas soberanas. Fenómeno particularmente evidente en la actualidad en la Unión Europea, donde el proceso de financiarización de las deudas públicas de cada uno de los Estados se ha sancionado a menudo con tratados. Después del tratado de Maastricht de 1992, por ejemplo, los bancos centrales no pueden financiar directamente a los miembros de la Unión, que han de encontrar así en los mercados quién los financie. 

En este sentido, para los regulacionistas, el problema no es propiamente el relativo a la cuantía de la deuda pública, porque los Estados, en efecto, no pueden no endeudarse para ofrecer servicios y favorecer el desarrollo; la cuestión está, según ellos, en que con el predominio de los mercados financieros promovidos por las políticas neoliberales se debilita el papel regulador de los Estados nacionales. Estos pasan a ser sujetos económicos entre otros muchos, agentes económicos constantemente en déficit. Como se lee en el manifiesto de los economistas aterrorizados, «los Estados, por naturaleza supuestamente derrochadores», se han sometido «a la disciplina de los mercados financieros por naturaleza implícitamente eficientes y omniscientes». 

La perspectiva de los regulacionistas, aunque convincente en muchos puntos, quizá no tiene en cuenta de modo suficiente el papel activo desempeñado por los Estados en el giro neoliberal, su transformación en Estados generenciales y su participación directa en la implicación de las «empresas capitalistas» en los mercados financieros, de manera que en los últimos años hemos asistido prácticamente a una fusión entre empresas y finanzas con la participación de las mismas instituciones estatales.

Otro asunto que tal vez se subestima en la escuela de la regularización concierne al predominio de la deuda privada —origen del colapso de Estados Unidos en 2008 y de la propagación de la crisis por todo el planeta—, que ha precedido al problema de la deuda pública en los países miembros de la Unión Europea, distorsionando de alguna manera el sentido de este último o pasando tal vez definitivamente a un primer plano el papel en la vida económica. Para intentar reflexionar sobre estos puntos y profundizar en la cuestión sobre la relación entre economía y religión, de donde hemos partido, es particularmente útil una confrontación con los estudios de la Escuela de Regulación especialmente dedicados a la deuda.

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