Alfonso Durán-Pich (El oligarca camuflado) Radiografía del poder

[...] Conviene repasar los acontecimientos para poder descifrar el cruce de intereses económicos, políticos y bancarios que propiciaron una de las mayores apropiaciones de activos de la historia, similar a la del normando Guillermo el Conquistado en tierras anglosajonas.

Todo empezó cuando Boris Yeltsin (1991), tras la desaparición de la Unión Soviética, se hizo con el poder como presidente de la Federación Rusa. Rodeado de un nutrido grupo de asesores económicos, entre lo que destacaba Anatoli Chubáis, decidió poner en marcha un proceso para convertir una economía planificada, en la que los medios de producción pertenecían al Estado, en una economía capitalista de libre competencia. 

¿Y quién escribió el guion de este proceso? No fueron los economistas rusos, sino los «chicos de Harvard», pilotados por el profesor Jeffrey Sachs, por aquel entonces director del Harvard Institute for International Development (HIID), con el total apoyo de la Administración norteamericana. Primero del gobierno del presidente George H. Busch, pero sobre todo del gobierno Clinton. ¿Y quién del gobierno Clinton? Pues nada menos que Lawrence Summers, profesor de Harvard que llegó a ser Secretario del Tesoro. Summers (un personaje clave, de quien hablaremos más adelante) contaba además en su equipo con David Lipton, otro «chico» de Harvard, que había sido socio y amigo de Jeffrey Sachs en su propia firma de consultoria. 

Sachs ideó la conocida «terapia de shock», que consistía en desmantelar de forma rápida las bases del modelo económico anterior para ampliar el nuevo. Se levantaron los controles, se eliminaron los subsidios, se liberaron los precios y se pusieron en venta los activos públicos. Primero de una forma ridícula, repartiendo cupones/acciones entre la población, que no sabía qué hacer con ellos y que acabaron en los bolsillos de los directivos de las empresas. Y luego subastándolos entre amigos y conocidos del nuevo poder del Kremlin. Unos años más tarde (1995), la operación se sofisticó un poco a través del programa «préstamos por acciones», mediante el cual los bancos rusos (algunos privatizados como el de Vladímir Potanin) y otros británicos, alemanes y suizos prestaban dinero al gobierno ruso, ahogado por el Déficit Público, que daba las acciones de los grandes conglomerados industriales (Lukoil, Yukos, Sibneft, etc) como garantía. Como era predecible, el dinero no fue devuelto y las acciones pasaron a los acreedores. Había nacido un nuevo capitalismo: el «capitalismo cowboy».

Así surgió la oligarquía rusa, que Vladímir Putin ratificó cuando tomó el poder. Cabe preguntarse qué hubiera ocurrido si los pesos pesados del establishment estadounidense hubieran actuado de forma más prudente, racional y ordenada y no bajo el conocido eslogan de Gordon Gekko antes citado.

Lo que está claro es que desde entonces Putin, en calidad de presidente o como primer ministro, lleva el mando. Y lo maneja con mano firme. Sin ningún género de dudas, es uno de los hombres más poderosos del mundo [...]

[...] Nos queda China, la gran China. A partir de las reformas económicas promovidas por Den Xiaoping («no importa que el gato sea blanco o negro siempre que cace ratones»), el país ha sufrido un cambio radical. Se ha apostado por el crecimiento y por la exportación. Se han privatizado sectores ineficientes. Se ha estimulado la innovación. En tres décadas se ha pasado de una renta per cápita de 300 dólares a 4.500. Un país con casi 1.400 millones de habitantes, es un país que ofrece muchas oportunidades. Solo que un 15% de la población se mueva con parámetros económicos de «clase media», el cruce producto/servicio/oportunidad ofrece enormes posibilidades de enriquecimiento. Eso así, siempre y cuando no te olvides de que el Partido (solo hay uno) te lo permite. Veamos como una muestra el caso del «billionaire» Wang Jianlin, que a los dieciséis años se incorporó al Ejército Popular y de inmediato al Partido Comunista Chino, y que es el principal accionista del conglomerado Wanda, con inversiones en todo el mundo. A finales del 2017, el PPC bloqueó nuevas inversiones a este grupo y recomendó públicamente para «general conocimiento de los grandes empresarios chinos» que las «empresas han de demostrar su compromiso con los objetivos económicos y estratégicos nacionales».

El modelo «comunismo en lo político-capitalismo en lo económico» es nuevo y solo el tiempo nos dirá si tiene futuro. El Partido Comunista de China cuenta con 89 millones de militantes y es la mayor organización política del mundo. Su líder Xi Jinping es Secretario General del Comité Central y Presidente de la República. Sus colaboradores más cercanos son gente de su absoluta confianza. Los ha elegido él y forman parte del Comité Permanente del Buró Político (nueve personas en la actualidad). En paralelo a su función política, todos ellos ocupan puestos importantes en el gobierno. Muchos de los nuevos millonarios chinos son miembros del Partido y asisten al Congreso como representantes del pueblo. Los observadores occidentales dicen que si quieres saber «quién es quién» en China, debes dar un vistazo a la lista de los congresistas. Para hacer dinero de verdad hay que estar próximo al aparato del Estado. Hay corrupción, como en todas partes, pero es una corrupción tolerada por el Partido. Si alguien se sale de los límites de esa tolerancia, es apartado de forma inmediata. Es una dictadura flexible, a veces blanda, pero no por ello menos dictadura.

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