Sébastien Charles |
Hipermodernidad: a saber, una sociedad liberal, caracterizada por el movimiento, la fluidez, la flexibilidad, más desligada que nunca de los grandes principios estructurales de la modernidad, que han tenido que adaptarse al ritmo hipermoderno para no desaparecer. E hipernarcisismo, época de un Narciso que se tiene por maduro, responsable, organizado y eficaz, adaptable, y que rompe así con el Narciso de los años posmodernos, amante del placer y las libertades. <<La responsabilidad ha reemplazado a la utopía festiva y la gestión a la protesta: es como si no nos reconociéramos ya más que en la ética y en la competencia, en las reglas sensatas y en el éxito profesional>>.*
Sólo que esta vez las paradojas de la hipermodernidad se presentan a la luz del día. ¿Narciso Maduro? Pero si no deja de invadir los dominios de la infancia y la adolescencia como si se negara a asumir la edad adulta que es la suya. ¿Narciso responsable? ¿Se puede pensar así realmente cuando se multiplican las conductas irresponsables, cuando las declaraciones de intenciones ya no tienen efecto? ¿Qué decir de esas empresas que hablan de códigos deontológicos y al mismo tiempo recurren al despido colectivo porque han falseado las cifras, de esos navieros que alegan respetar la ecología mientras sus buques practican vertidos salvajes, de esos contratistas que alardean de la calidad de unos productos que se vienen abajo a la menor sacudida sísmica, de esos conductores que en teoría han de respetar el código de circulación y hablan por teléfono mientras están al volante? ¿Narciso eficaz? Es posible, pero al precio de tener problemas psicosomáticos con frecuencia, de sufrir depresiones típicas y de acabar quemado. ¿Narciso gestor? Hay que dudarlo cuando se observa la espiral del endeudamiento de las familias. ¿Narciso adaptable? Pero si es la crispación lo que lo caracteriza a nivel social cuando llega el momento de renunciar a ciertas ventajas adquiridas. La lógica posmoderna de la conquista social se ha reemplazado por una lógica gremial de defensa de las ventajas sociales. Esto no es más que una muestra de las paradojas que caracterizan la hipermodernidad: cuanto más progresan los comportamientos responsables, más irresponsabilidad. Los individuos hipermodernos están a la vez más informados y más desestructurados, son más adultos y más inestables, están menos ideologizados y son más deudores de las modas, son más abiertos y más influenciables, más críticos y más superficiales, más escépticos y menos profundos.
Lo que ha cambiado sobre todo es el clima social y la relación con el presente. La disgregación del mundo de la tradición no se vive ya bajo el lema de la emancipación, sino bajo el de la crispación. Es el miedo lo que lo arrastra y domina ante la incertidumbre del porvenir, ante la lógica de la globalización que se ejerce independientemente de los individuos, la competencia liberal exacerbada, el desarrollo desenfrenado de las tecnologías de la información, la precarización del empleo y el inquietante estancamiento de los elevados índices del paro. ¿Quién imaginaría a un joven Narciso echándose a la calle en los años sesenta y setenta para defender su jubilación cuarenta años antes de poder cobrarla? Lo que en el contexto posmoderno habría podido parecer chocante, hoy nos parece totalmente normal. Narciso vive atormentado por la inquietud; el temor se ha impuesto al goce, la angustia a la liberación: <<En la actualidad, la obsesión por uno mismo no se manifiesta tanto en la fiebre del goce como en el miedo a la enfermedad y a la vejez, en la medicalización de la vida. Narciso no está tanto enamorado de sí mismo como aterrorizado por la vida cotidiana, por su cuerpo y por un entorno social que se le antoja agresivo>>.* Todo le inquieta y asusta.
A nivel internacional, el terrorismo y las catástrofes, la lógica neoliberal y sus efectos sobre el empleo; a nivel local, la contaminación urbana, la violencia de los barrios periféricos; a nivel personal, todo lo que debilita el equilibrio corporal y psíquico. En pocas palabras, la consigna no es ya <<Gozad sin trabas>>, sino <<Temblad toda la vida>>, y el Rémy Girard obsesionado por la enfermedad y la muerte de la película Las invasiones bárbaras, de Denys Arcand, ha ocupado lógicamente, quince años después, el lugar del delirante Rémy Girard de El declive del imperio americano.
* G. Lipovetsky
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Yo recordaría para empezar que la hipermodernidad no se reduce al consumismo, la diversión y el zapping generalizado. En realidad no ha abolido la voluntad de superarse, de crear, de inventar, de buscar, de enfrentarse a las dificultades de la vida y el pensamiento. La <<voluntad de poder>> no deja de funcionar ni siquiera con el turboconsumidor contemporáneo. Si tenemos esto en cuenta, la filosofía como disciplina de la razón y la investigación de la verdad no está amenazada. No hay ninguna razón para que desaparezcan las personas con ambición de ponerse por encima de los prejuicios y embarcarse en las difíciles rutas de la posesión del mundo por el concepto. Pero ya no hay motivos para creer que esta actitud pueda democratizarse y llegar a la mayoría. En compensación, lo que tiene probabilidad de difundirse es el consumo de masas de ciertas obras, bien de iniciación a la filosofía, bien de <<meditaciones>> de corte eudemonológico. En una época de self-service individualista, Séneca y Montaigne aparecen en el campo del consumo al lado del Prozac, pues existe todo un público que busca en la filosofía consuelo, recetas empíricas e inmediatas que procuren la felicidad. Buena suerte al hiperconsumidor, pero me cuesta expresar mi mayor escepticismo, ese tipo de lecturas producen todo menos el efecto deseado: la filosofía no es el camino más fácil hacia la felicidad. Es verdad que la lectura de las grandes obras pueden maravillar, apasionar, dar satisfacciones concretas: no hay que despreciar este detalle, pero es poco para alcanzar la vida virtuosa. Quien ha meditado a los grandes maestros no está mejor pertrechado que los demás para vivir feliz, ya que ningún filósofo puede impedir que sintamos tristeza, desesperación, dolor y miedo. A este respecto me siento hegeliano: la misión de la filosofía es hacer que lo real sea inteligible y nada más, su papel es aportar un poco de luz, no unas claves de la felicidad que nadie tiene.
* G. Lipovetsky
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¿Y qué es de la filosofía en este mundo hipermoderno? ¡Cómo puede desempeñar su papel de discurso racional ante individuos más inclinados a la emotividad que a la reflexión?
Gilles Lipovetsky |
Otro punto. La importancia del papel de la filosofía en la historia de las ideas, de la cultura, de la racionalidad, de la modernidad ya no es constatable. La filosofía ha inventado las grandes preguntas metafísicas, la idea de una humanidad cosmopolita, el valor de la individualidad y la libertad; han nutrido durante siglos el trabajo de los artistas, de los poetas y de los prosistas, ha contribuido a forjar los principios del universo democrático, ha inspirado a cambiar el mundo social, político y económico. Esta fuerza milenaria se ha agotado en la actualidad. Nos faltan obras de calidad, pero ya no consiguen influir en el pensamiento de los artistas y los intelectuales, exceptuando a los mismos filósofos <<profesionales>>. Un signo de los tiempos: ya no hay <<ismos>> ni grandes escuelas filosóficas. No hay más remedio que reconocer que su papel histórico y <<prometeico>> ha quedado atrás. Son las ciencias y la tecnología lo que más horizontes abre hoy, lo que inventa el porvenir, cambia el presente y la vida, inspira a los creadores. Todo el Renacimiento se alimentó del saber antiguo y el estoicismo, el epicureísmo y el pirronismo ejercieron una influencia mayor en los espíritus hasta bien entrado el siglo XVIII. No creo que nuestros filósofos lleguen a tener un destino análogo. La filosofía podrá estar de moda: pero no volverá al statu quo ante, nada detendrá el proceso que reduce su influencia en la vida de la cultura. Por otro lado, democratización del acceso a las obras fundamentales; por el otro, un espacio filosófico que se concentra de manera creciente en la universidad; por un lado, obras que lee un reducido número de eruditos o que no lee nadie; por el otro, multitud de bestsellers cuya influencia es cada vez más <<de consumo>>, breve y superficial, ya que la filosofía no escapa al predominio de la lógica de lo efímero. Los futuros posibles de la filosofía en los tiempos hipermodernos no son ni dramáticos ni para entusiasmarse.
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