Gregorio Luri (En busca del tiempo en que vivimos) Fragmentos del hombre moderno

Acosados por la ideología 

III

Para multitud de filósofos críticos que produce Occidente, la alienación es la mansedumbre ajena. Creen de buena fe que cualquiera que no comparta su indignación con la realidad está intelectualmente tan colonizado por «el poder» que es incapaz de ver con claridad. Lo que nunca nos explican es por qué el mundo de la vida, si es tan alienante, produce tanto filósofo crítico.

Se ha hablado mucho del desencantamiento del mundo, pero lo notable es la inquina de los intelectuales críticos hacia el mundo de la vida. Bien es cierto que tras décadas de lanzar sospechas contra la realidad de la realidad, el mundo de la vida sigue en pie, es que cuenta con algún fundamento.

IV

Si Husserl lamentaba la reducción matemática de la complejidad del mundo de la vida, bien podemos lamentar también la reducción ideológica de los científicos sociales autodenominados críticos. Si Husserl había visto en peligro el sentido precientífico, pero vital, de la verdad, por su sometimiento a la lógica científica, los científicos sociales niegan que en el alineado mundo de la vida haya posibilidad de acceso a la verdad. Husserl creyó que el mundo de la vida estaba sitiado por el positivismo, pero han sido las ideologías las que han entrado a saco con él. 

Desde los intelectuales críticos de los años sesenta del siglo pasado, empeñados en denunciar una alienación presente hasta en los dibujos del pato Donald, hasta el llamado The Great Awokwoke [El gran despertar], que han puesto en marcha la cultura woke, llevamos décadas denunciando el mundo heredado y propugnando mundos hipotéticos que, a pesar de ser muchos imaginarios, tendrían la capacidad de sacarnos de la caverna y conducirnos a la luz del sol. El mundo de la vida funciona entonces como el principio de realidad que hay que destruir para poder expandir lo posible.

Es evidente, lo repito, que los mundos del hombre corriente están muy lejos de ser perfectos. El mundo de la vida es un mundo de penumbras. No hace falta traer hasta aquí lo que el lector puede encontrar diariamente en los medios de comunicación. Pero son habitables (que es lo que algunos científicos sociales interpretan como una alienación) y perfectibles (que es lo que esos mismos científicos consideran una rendición). 

A mi parecer, el científico social que no se interese por cómo se ve a sí mismo el hombre corriente, en su religión o en su ateísmo, en su euforia cuando su equipo de fútbol derrota escandalosamente al adversario, en su ilusión cuando compra un décimo de lotería, en su gozo de la risa, el matrimonio y la cerveza, etcétera, no comprende bien el mundo de las cosas humanas. Es, en este sentido, bien sorprendente que ciertos científicos sociales (me refiero siempre al científico social que quiere ser la conciencia crítica de la sociedad) defiendan tan vehemente el valor de la autonomía, mientras critican al hombre corriente por ejercer su autonomía autónomamente. 

 V

La reducción ideológica del mundo de la vida deja como secuela una inquietante concepción de la verdad. A diferencia del físico de partículas, el científico social cree que la verdad (que él posee en custodia) nos ama tanto que está dispuesta a salvarnos incluso contra nuestra voluntad. Nos llevará a la luz, aunque haya de abrasarnos.

Las ciencias sociales nos han hecho forasteros del cosmos y las ciencias sociales, forasteros del mundo de la vida, lo cual sería un completo desastre si no fuera porque, al menos hasta la llegada del transhumanismo, el fenómeno natural de la natalidad (¡ay, decreciente!) juega a favor de lo obvio. Los recién nacidos llegan al mundo sin memoria y, por lo tanto, sin adoctrinamiento. Todos nacemos en el mundo de la vida y desnudos de ideologías, y mientras no es necesario adoctrinar a ningún niño para que crea en la realidad de este mundo, es imprescindible adoctrinar a los adultos para que decrean.

Siguiendo a la Hannah Arendt de La condición humana, podemos añadir que con el recién nacido todo recomienza. Ella sostiene, además, que aquí radica la posibilidad de iniciar algo nuevo. Yo creo, más bien, que, como el mismo mundo de la vida nos enseña, lo que comienza es el esbozo del hombre espontáneo, que es el que no ha nacido para morir, sino para vivir una vida cotidiana necesitada de consuelo que ni la ciencia ni la ideología pueden garantizarle, porque cuando sufre, el universo entero sufre con él, y cuando ama, hasta las estrellas lucen con más intensidad.

VI

Aquellos intelectuales sesentayochistas que buscaban el mar bajo los adoquines toparon con un imprevisto que los dejó perplejos a las puertas del mundo nuevo: los obreros, sin cuya colaboración era inimaginable la revolución socialista, no se mostraban dispuestos a renunciar ni a las risas, ni al matrimonio, ni a la cerveza para dejarse guiar por vagas esperanzas del romanticismo estudiantil. No aspiraban a la revolución, sino a incrementar su bienestar. Ésta era, para los intelectuales de izquierda, la prueba de su alienación. Habían interiorizado tanto las consignas del poder que ni notaban su peso.

De este manera, el malestar social que, según Marx, se cebaba en la clase obrera se transforma, para mantenerse vivo, en malestar psicológico, emotivista e individual. Mayo del 68 fue la revolución de Frankenstein, y su principal herencia, la decepción con la clase obrera, que había dejado de ser el sujeto revolucionario. 

A los herederos del Mayo del 68 les preocupan menos las relaciones de producción que a la izquierda clásica. Lo que los moviliza es, sobre todo, las llamadas formas de supremacismo, que estarían encriptadas en el lenguaje y los comportamientos cotidianos de burgueses y obreros. Para los nuevos utopistas, el poder —el ajeno— es siempre sospechoso; la tranquilidad es culpable; la buena conciencia es hipócrita; Occidente es la causa del colonialismo y, por lo tanto, de todos los males; el mundo de la vida es un infierno de explotación de las diferencias. 

IX 

Con frecuencia la actitud profética se convierte en un misticismo estusiasta que le permite al profeta creerse la genuina voz del pueblo o, al menos, creer que expresa mejor la verdadera voluntad del pueblo ( que no es extraño que crea que sólo él puede conocer) que cualquier otro. Él es más pueblo que nadie porque conoce la verdad, no está alienado. Es la conciencia crítica del pueblo tal como él la conoce (y que con frecuencia la ignora el pueblo). Si va a una manifestación, el que se manifiesta es el pueblo. Si ocupa una casa, la ocupa en nombre del pueblo. Si pide el voto es para representar al pueblo. Si ocupa un escaño, es el escaño del pueblo. Si te opones a él, eres un enemigo del pueblo.

XII

La misión de los intelectuales críticos es cambiar el mundo y, para ello, más que una revolución social, propugnan una revolución psicológica que consiga alterar la «propensión natural de la inteligencia cotidiana». Las ideologías «emancipadoras» quieren ser la matemática de las cosas humanas y, por lo tanto, se empeñan en buscar verdades bajo las apariencias. Pero en las ciencias sociales, la diferencia entre apariencia y realidad depende de lo que se tenga por «construcción social» y, si todo es construcción social, no hay nada ni aparente ni real.

XIII

Las ideologías parten del supuesto de que la historia es una mascarada trágica que es preciso denunciar, pero para ello, más que a la persuasión, a lo que aspira es a la hegemonía de sus prejuicios.

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