José Carlos Ruiz (Incompletos) Filosofía para un pensamiento elegante

La gentileza de la elegancia

El sujeto elegante, al igual que el pensamiento elegante, es gentil, transmite cercanía y reconoce al otro desde la diferencia. Esta gentileza provoca que lo elegante sea percibido como cercano, familiar. En su elegancia no enjuicia al otro, sino que abraza la libertad desde el momento en el que evita toda pretensión de imponerse. Por el contrario, el individuo hipermoderno, sabedor de su incapacidad para adquirir y producir elegancia, desvía sus esfuerzos a viralizarse como mecanismo de expresión. Trata de convencer e imponer el valor de lo viral, esforzándose por situarlo en los primeros peldaños de su jerarquía vital y procuran así compensar cuantitativamente (mayor número de visualizaciones, de likes, de seguidores...) lo que sabe que no logrará adquirir cualitativamente (la elegancia). Su acción pasa por tratar de inocular su virus a la aldea digital, supliendo su tosquedad con popularidad. Es un fenómeno que Ortega señaló: «En la misma sociedad aristocrática acontece lo propio. No son las damas mejor dotadas de espiritualidad y elegancia quienes imponen sus gustos y maneras, sino, al revés, las damas más aburguesadas, toscas e inelegantes quienes aplastan con su necedad a aquellas criaturas excepcionales». 

[...] El individuo elegante muestra disposición a la escucha y no racanea a la hora de hacer el esfuerzo de acomodarse al nivel del interlocutor. Una de las virtudes de esta elegancia comporta saber estar, lo que conlleva ser capaz de inclinarse para acercar la oreja (auscultare) ante un discurso plano, o de prestar toda su atención, tratando de elevar su comprensión, ante una disertación elevada. El resultado de ese saber estar implica no incomodar al otro durante su locución, independientemente de quién sea este. 

El ordinario sujeto hipermoderno no demanda esfuerzos intelectuales, en su lugar solicita atención. Al mismo tiempo, evita realizarlos, y se decanta por la distracción. El desgaste de su energía se produce como consecuencia de malas elecciones. Balzac pensaba que «todo lo que revela ahorro es poco elegante» y esta afirmación bien puede extenderse al plano intelectual. La atención es un mecanismo directo e inmediato que atañe a todos los sujetos por igual, la única facultad que este individuo encuentra es la competencia. La sobreabundancia de demanda de atención, donde todos publican, comentan, valoran..., debilita la posibilidad de centrarla y sostenerla durante largos periodos, al tiempo que dificulta cualquier tarea exigente de análisis, cualquier ejercicio intelectual.

Este personaje, conocedor de su tosquedad, rehúye de la profundidad del estudio, elude el pensamiento crítico, y suple todo ello con mecanismos ligeros de reflexión. El eslogan, el tuit y las stories se convierten en referentes con los que configurar su modus aperandi. A pesar de todo, no es una persona resentida, como podría apuntar Nietzsche, en lo que respecta a la elegancia. No hará nada por desprestigiarla o menospreciarla, si bien tampoco la ensalzará porque hacerlo supondría una desvalorización de sí mismo. La elegancia es una cualidad tan elevada que no genera envidias destructivas. Lo elegante se admira, lo viral se consume.

Neolingua

La similitud entre este proceso de reduccionismo léxico actual y el uso y control de la lengua para condicionar el modo de pensamiento que postuló George Orwell en su novela 1984 es cada vez más palmario. No deja de ser un dato curioso que, una vez terminada la novela, Orwell dedicara un apartado en forma de apéndice exclusivamente a explicar en qué consistía la neolingua (nuevalengua), cómo se estructuraba y cuáles eran las intenciones y los propósitos que se trataban de gestionar en torno a ella. Cuando se termina de leer la novela, el lector encuentra un apéndice de varias páginas que parece ser una declaración de intenciones sobre el porvenir. Es un micromensayo, está al margen de la trama y no parece tener intención de prologar la línea argumental de los personajes. Orwell explica la neolingua así: «La neolingua era el idioma oficial de Oceanía y había sido ideada para hacer frente a las necesidades ideológicas del Socing, o socialismo ingles». Es importante no perder la perspectiva de este apéndice para no enfocarlo como prolongación de un relato meramente de ficción, sino que podría interpretarse como una teorización de lo que Orwell estaba percibiendo en el devenir de los medios de comunicación; no en vano había trabajado como periodista en The Observer, o para la propia BBC británica.

Orwell muestra un entramado organizado en torno a la importancia que tiene el lenguaje, su uso y la relación que este guarda con el pensamiento. Y lo que es más inquietante: Orwell postula la posibilidad distópica de que se puede producir el control del mismo por parte de algún organismo oficial. Si bien en la actualidad la lengua es un »organismo vivo que pertenece a aquellos que usan», nadie niega el poder de las redes sociales y los medios de comunicación de masas para condicionar y hasta teledirigir su uso con diversos fines, entre los cuales destacamos, al igual que Orwell, los políticos y económicos.

En nuestro sistema político se ha potenciado una serie de vocablos, con la única finalidad de condicionar el pensamiento y activar el lado emocional del ciudadano. En los últimos años, hemos escuchado, leído y puede que hasta pronunciado términos como casta, sorpaso, ideología de género, pinza, pin parental, feminazi... No es vano: cuando se diseña una campaña política, se pone especial énfasis en las palabras que se pueden usar y la intención con la que se usan, y se presta especial cuidado en no salirse del mensaje. En política, se genera lo que se ha denominado el «marco mental», donde, a través de las palabras, se logra que el votante interiorice emocionalmente un marco ideológico cuyo objetivo es fanatizarle. En la novela de Orwell, la neolengua (nuevalengua, dependiendo de la traducción) era creada y controlada no solo para condicionar el pensamiento del usuario, sino también como respuesta a unas necesidades ideológicas concretas, tratando de intervenir hasta el modo de pensar: «El propósito de la nuevalengua no era solo el de proporcionar un modo de expresión a la visión del mundo y los hábitos mentales de los devotos del Socing, sino que fuese imposible cualquier otro modo de pensar». Lo que parecería ciencia ficción, una vez más, se está configurando como realidad para el sujeto hipermoderno.

Lo curioso de este control mental que se realizaba por medio del lenguaje es el modo en el que Orwell imagina cómo este proceso se llevaría a cabo. El proceso se centra en la reducción de vocabulario: «La nueva lengua estaba pensada no para extender, sino para disminuir el alcance del pensamiento, y dicho propósito se lograba de manera indirecta reduciendo al mínimo el número de palabras disponibles». El vocabulario no solo era limitado, sino que también se había logrado algo especialmente significativo: eliminar sus antigüedades, de tal modo que se usaba para expresar ideas sencillas, concretas y que representaban hechos y acciones. En realidad, Orwell clasifica las palabras y su uso en tres modelos: por una parte, están las palabras ordinarias, las comunes, que se centran en anunciar hechos, objetivos o pensamientos objetivos y directos; luego aparecen las nuevas palabras o expresiones que se forman con la intención exclusiva de control político (burbuja, social, nueva normalidad, transgénero, poliamor...), y, por último, un vocabulario compuesto por palabras y expresiones científicas y técnicas (neurolingüistica o desconfinar, por ejemplo).

Junto a esto, la neolengua nace con un segundo objetivo: hacer olvidar el modo en el que se usaba la lengua anteriormente para poder controlar uno de los elementos más importantes de la identidad del sujeto, como es la historia, el pasado. El control sobre el pasado adquiere unas dimensiones muy importantes en esta distopía, y la mejor manera de provocar el olvido en la población es desmembrando y proscribiendo el lenguaje con el que el pasado se recordaba, e imponiendo una lengua nueva. De este modo se logra un desapego no solo emocional, sino también intelectual, con la historia subjetivada.

El individuo hipermoderno encuentra similitudes en este proceso de olvido histórico, que se presenta en la actualidad bajos dos modalidades: la memoria histórica, por un lado, y, por otro, el constante canto hedonistas al que sometemos el presente inmediato, mostrándolo como el mejor de los mundos posibles, dos elementos magníficos de control de la identidad del sujeto, de cuyo ideario se le extirpan las raíces históricas, lo que facilita el proceso de control de su identidad. El mejor modo de fiscalizar el relato histórico es lograr que la atención de este individuo se centre en el presente. Para ello, apenas basta un argumento elemental: la mundialización de las TIC ha supuesto un cambio de paradigma social tan enorme que se ha convencido al sujeto de la ineficacia de la historia para comprender el presente. El sujeto hipermoderno entiende el mundo actual desde la radical novedad y ruptura con el mundo preinternet, lo que implica que los códigos que configuraban esta realidad previa al mundo de la omnipantalla no lo son válidos. Una de las consecuencias de esta percepción del pasado se muestra en el hecho de que se acuda a la historia desde el sesgo del entretenimiento: novelas, series y películas biopic, biografías... Otra de las manifestaciones de este pasado es su uso como elemento motivacional dirigido a lo emocional, que celebra una materialización de la nostalgia, representada en el consumo material y emocional de merchandising de los años ochenta, noventa y principios del siglo XXI, de series de televisión basadas en esas épocas, de musicales rerivals, etc. 

Partiendo del reduccionismo léxico podríamos interpretar cierta aproximación a esta distopía. Somos testigos y partícipes de la introducción naturalizada de elementos visuales en la comunicación de las pantallas, gifs, emojis, secuencias de vídeo... Esta prevalencia de la imagen sobre el texto a la hora de comunicarnos tiene como objetivo eliminar posibles interpretaciones erróneas en torno al uso del lenguaje. A su vez, el límite de caracteres que se producen en redes sociales como Twitter obliga al emisor a sintetizar, pero sobre todo a concretar, casi de un modo literal y directo, aquello que quiere decir, lo cual no deja lugar a interpretaciones del mensaje e invita a huir, a ser posible, de la metáfora. Un lenguaje reducido, uniformado e impregnado de emociones unifica al sujeto de tal manera que termina convirtiéndose en aquella cámara de eco de la que hablábamos, donde todo lo que consume o publica está homogeneizado.

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