Alain Finkielkraut (Pescador de perlas)

«Cuando el ciudadano ecologista se atreve a plantear la cuestión que cree más molesta preguntando: "¿Qué mundo vamos a dejarles a nuestros hijos?", en realidad está evitando plantear otra realmente inquietante: ¿"A qué hijos vamos a dejarles nuestro mundo?"». (Jaime Semprún).

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«El hombre moderno ha terminado por sentirse culpable de todo lo que es dado, incluso su propia existencia, por sentirse culpable incluso del hecho mismo de no ser su propio creador, ni creador del universo. En ese resentimiento fundamental, se niega a percibir explicación plausible alguna en el mundo dado. Todas las leyes que simplemente se le han dado suscitan su resentimiento; proclama abiertamente que todo está permitido y cree secretamente que todo es posible [...] La alternativa a tal resentimiento [...] sería una gratitud fundamental por las pocas cosas elementales que nos son verdadera e invariablemente dadas, como la vida misma, la existencia del hombre y del mundo..»

Hannah Arendt

El trans —es decir, la persona que no se reconoce en su sexo biológico y se propone cambiarlo mediante los medios engorrosos de la cirugía o simplemente declarándolo— es la figura emblemática del tercer milenio.

El trans marca el camino. El trans encarna el cumplimiento de la historia. Con el trans, el proceso de emancipación llega a su fin. Ya no es un individuo más entre otros, es nuestra vanguardia e incluso nuestra redención. Ya no es un problema marginal, es un inmenso progreso. Ya no es una anomalía dolorosa; es el tribunal ante el cual comparece la norma. En resumen, ya no es una excepción que pide ser escuchada, ayudada y acompañada lo mejor posible, es, desde la infancia, un ejemplo al que, si no es de mente estrecha. o de alma malvada, debe rendírsele homenaje. La única respuesta ante el fenómeno es el entusiasmo y la admiración. La preocupación esta prohibida, y la propia prudencia depende del perjuicio. No ha lugar al matiz, la complejidad, la perplejidad o el cuestionamiento. Apología o barbarie, fervor o fobia, adhesión sin reservas u oscurantismo retrógrado: tal es la única elección posible. Al despedir a la biología, la disforia de género se inscribe en el registro épico de la gesta revolucionaria. Quien, como si no hubiera pasado nada, sigue apegado a la diferencia de sexos o la declara insuperable está traicionando su nostalgia por el Antiguo Régimen. Es, a imagen de Claude Habib, J.K. Rowling o Caroline Eliacheff, un retrógrado, un pasadista, un antiguo. El trans es el Mesías del yo

Al erigirse en sujeto, el ser humano, ciertamente, había conquistado y consolidado su autonomía desde los albores de los tiempos modernos. Había dejado de recibir órdenes de arriba. Al traer la autoridad del Cielo a la Tierra, obedecía leyes que él mismo había promulgado. Era su propio prescriptor, pero no era su propio creador. No escogía el masculino o el femenino. Por muchos derechos que acumulara, continuaba heredando su ser, su libertad seguía hipotecada por su nacimiento. El escándalo se acaba. La humanidad, al salir definitivamente de la alienación, rechaza ese dominio inmemorial. Siguiendo el ejemplo de los trans, cada uno está invitado a reapropiarse de sus orígenes y, al hacerlo, emanciparse de la condición humana. «Nada en mí me precede» es la máxima suprema de la libertad. 

La experiencia del cambio de sexo sigue siendo, desde luego, muy minoritaria, pero gracias a ella se quiebra el orden binario. Nadie está ya condenado a ser lo que le ha tocado ser. La gravedad se supera, la finitud está vencida, la fluidez puede por fin prevalecer. Junto al il («él») y elle («ella»), iel («elle) ha irrumpido en la lengua oficial. Una boina arcoíris corona el viejo diccionario: iel («elle») es el pronombre dedicado al rechazo de los roles de género. Abolición de la fatalidad, despido de lo dado, condonación de la deuda original: la naturaleza, conocida aguafiestas, ya no tiene ni voz ni voto. Ahora todo es cultural, y la cultura está abierta a todas las manipulaciones. El «yo quiero» entiende que reina absolutamente sobre lo que se consideraba indisponible desde tiempo inmemorial. Nada de lo ya existente puede oponerse a lo que uno mismo elige. Lo que se siente dicta su ley, la subjetividad se afirma como soberana: lo real, en su integridad, se presenta como un catálogo. «Andrógino, transexual, bigénero, hermafrodita, hombre o mujer: En Facebook, puedo hacer clic en más de cincuenta y seis identidades sexuales para definirme», según me he enterado leyendo a Eugénie Bastié. Nada está fuera del alcance, todo puede encargarse, y no existe un solo articulo que no pueda encontrase en los anaqueles del supermercado planetario. 

Conque cada uno se hace la compra, cada uno se hace el rancho. Hacer ya no es arreglarse con lo que hay. Nadie está, podría decirse, «bajo arresto domiciliario» en ninguna identidad, sea la que sea. A guisa de mundo según el sistema hetereonormativo y los estereotipos de género, estamos inaugurando con gran alharaca la era del abordaje ilimitado y del consumo universal. Así, el resentimiento le gana la mano a la gratitud, la alteridad desaparece en intercambiabilidad, un nuevo gran relato se propaga en las redes sociales y el pensamiento de la técnica ejerce su hegemonía bajo la gloriosa apariencia del triunfo de la libertad.

Ironía de la historia: con el zar del Kremlin declarándole la guerra al «nazismo» LGBT» del Occidente decadente, el trans ha pasado a ser, frente al eje totalitario, el marcador por excelencia de la democracia. 

Finkielkraut, Alain (La humanidad perdida) Ensayo sobre el siglo XX
Finkielkraut, Alain (La ingratitud) Conversaciones sobre nuestro tiempo
Finkielkraut, Alain (Lo único exacto)
Finkielkraut, Alain (La posliteratura)

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