PRÓLOGO
ESTE NO ES UN LIBRO
DE AUTOAYUDA
Ante todo darte las gracias porque si has llegado hasta el prólogo ya es un paso importante. Un pequeño paso para el lector, y un gran paso para la humanidad del que os escribe. Y también para su autoestima, no nos vamos a engañar. ¡Espera! Antes de sincerarte y decirme que estás leyendo este libro obligado por aquella típica amiga pesada que consigue todo lo que se propone recurriendo al chantaje si es necesario, o que te has equivocado de publicación y que lo que andabas buscando era un tratado sobre la sexualidad del caracol, o incluso que estás aquí para comprobar que el tío de gafas con voz carajillera escribe peor que habla, dame una oportunidad. Solo una.
La buena noticia es que este no es un libro de autoayuda, básicamente porque bastante tengo para sobrevivir yo en esta selva llamada vida como para convertirme en el gurú espiritual de una comuna. Este no será el libro que recomienden nueve de cada diez psicólogo; no sufras. Como mucho uno, y porque ese día tenía prisa y lo confundió con un ejemplar de Rafael Santandreu, aunque no salga la palabra felicidad. Eso sí, quizás sin pretenderlo, este libro puede darte ese empujón que estabas esperando, o simplemente sacarte una sonrisa, que, tal y como está el patio, es algo muy valorado en el mercado negro del recreo vital.
Algunos pensaran que digo esto porque no valoro los libros de autoayuda, pero no es cierto. Solo que me gusta que la gente acuda a ellos por deseo personal, no por imposición social o prescripción médica. (¡Eso sí, si te lo dice un especialista, hazle caso!). Además, tengo una gran consideración por los profesionales que trabajan en la salud mental, cuyo deteriodo es la gran pandemia de este siglo XXI. Yo soy periodista, no terapeuta. Eso lo tengo tan claro como que la invención del autotune no me va a permitir grabar un disco. Así que vayamos de frente desde el primer minuto: mi deseo es que con el paso de las páginas me puedas conocer algo más, pueda robarte alguna sonrisa y, quién sabe, incluso plantearte alguna reflexión. Si además de todo ello puedo ayudarte en tu particular vía crucis personal, social o laboral, me lo tendrás que hacer saber porque iré a comprar los fuegos artificiales. ¡Ni Katy Perry en «Firework»!
Los tenemos claro que nuestro tiempo es oro y debemos hacer una buena inversión. Algo a corto plazo, si te sientes más cómodo. Yo termino de escribir este libro con sus capítulos ordenaditos y monos, y la intención de pasarlo bien, mientras que tú me acompañas a investigar esta pandemia que nos está sacudiendo más que nunca: la mediocridad.
Ahora mismo te voy a dar dos opciones: pasar a la página siguiente (es lo que recomiendan mis fans principales, es decir, mis padre) o irte directamente al epílogo o a la contraportada del libro. Cualquier opción que elijas me parecerá bien, aunque te voy a pedir un nuevo favor. Si optar por ir directamente a la contraportada sin leer nada de lo que viene a continuación, al menos hazle una fotografía y publica en la redes sociales con este mensaje: «El libro me ha encantado y lo he leído en tiempo récord». Si lo haces así nos va a unir para siempre un lazo inseparable: ambos nos habremos convertido sin pestañear en dos auténticos mediocres. Yo por cutre, y tú por seguirme el rollo. No te mentí: ya te dije que la cosa iba de la mediocridad.
Por el contrario, si eres de los valientes que han decidido seguir adelante con el transgresor ejercicio de hacerlo por orden numérico, y no empezar por la 55 o el capítulo que crees que va a definir mejor a tu jefe paranoico, te voy a pedir que te abroches el cinturón. No cogeremos mucha velocidad e iremos al ritmo de las queridas tortugas de Maldita Nerea, pero seguro que tendremos turbulencias. Mi primera confesión llega con el final de estas primeras líneas: quizás no lo vez o no los reconoces, pero ahora mismo están agazapados, esperando cualquier oportunidad para asaltar nuestras vida. Si has pensado en un inspector de Hacienda te lo perdono; pero ahí afuera hay una especie humana mucho más cruel y con menos compasión.
Algunos quizás os preguntaréis por qué no he invitado a mis mejores amigos a tomar un café y les he soltado todo este rollo, sin la necesidad de escribir un libro. Era una opción, pero tengo muchos amigos y pocos ahorros, además de que el café me excita. Te seré sincero: antes de que tuviera mi primera crisis de ansiedad pensaba que la salud mental consistía en tomarse un Gelocatil y que te dejara de doler la cabeza. Lo cierto es que era un ignorante en la materia u, como muchos adolescentes, estaba más preocupado por las primeras canas o porque no apareciera la barriga cervecera, que de cuidar mi interior.
Ya sabéis que, en ocasiones, los humanos aprendemos a ritmo de collejas o de hostias más grandes; así que tuve que vivir en primera persona ese aterrizaje forzoso cuando sufrí mi primer ataque de ansiedad, algo de lo que te hablaré más adelante. Y es ahí cuando conecté de bruces con una realidad completamente desconocida para mí que, además, me aguardaba con otro titular bajo el brazo: en ocasiones veo a personas que se cargan mi salud mental. Como vez, esta es una adaptación cutre del niño de El sexto sentido, pero vale igual.
En esos primeros días de desconcierto empecé a entender que no solo uno mismo se puede cargar su propio equilibrio, sino que hay gente oscura que, queriendo o sin querer, también está dispuesta a contribuir a tu particular eclipse de luna, sol y la lista de planetas que quieras incluir. Así que he decidido darles un nombre y clasificarlos para ayudarte a identificarlos y que los vayas conociendo, como a mí me pasó en este particular vía crucis: son LOS MEDIOCRES. Creo que es importante señalar que no es que no estuvieran antes en mi vida, sino que a partir de ahí fue cuando TOMÉ CONCIENCIA de que existían, y de que, si los dejas, pueden llegar a hacerte mucho daño. Vamos a intentar que eso no suceda, y si ya ha empezado a ocurrir, que te pueda recetar unos antídotos para neutralizar sus efectos.
Si te hablo de MEDIOCRES, estoy convencido de que la primera idea que te viene a la cabeza es la de una persona que no destaca por nada, aquello que popularmente conocemos como gente del montón, sin ningún mérito. Pero en la acepción que te propongo, como irás viendo y sufriendo a lo largo de este libro, he ido tuneando esta especie con su evolución, por lo que nos ha quedado un modelo de personaje algo más completo. Tiene características y estratagemas propias, se organiza con otros para aludarse y protegerse entre ellos, y puede tener diferentes niveles de toxicidad —algunos muy elevados—con un especial impacto sobre tu salud mental.
Ha llegado el momento de acercarnos a ellos, a los mediocres, aunque primero deberemos aprender a detectarlos a tiempo. Dame la mano que esto empieza aquí y ahora. Tu vida no está en juego, pero sí tu salud mental. Y es que la primera lección que debes aprender ya desde el prólogo es esta: si te enfrentas a un mediocre tienes todos los boletos para salir trasquilado. ¿Sabes por qué? Porque ellos jamás, nunca, mai, never... tienen nada que perder. Tú sí.
¡Si te ha gustado el prólogo, dale al like! (Perdón, esta es la maldita costumbre de un youtuber impostor).
No hay comentarios:
Publicar un comentario