Los dominantes del inconsciente colectivo
[...] El período de la Ilustración se cerró, como es sabido, con los horrores de la Revolución Francesa. Actualmente volvermos a experimentar esta rebelión de las fuerzas inconscientes, destructoras, de la psique colectiva. El efecto fue una matanza en masa. Esto era, precisamente, lo que lo inconsciente buscaba. Su posición se había reforzado antes desmesuradamente por el racionalismo de la vida moderna, que desprecia todo lo irracional; con lo cual la función de lo irracional se hundió en lo inconsciente. Pero una vez que la función se encuentra en lo inconsciente, obra desde allí devastadora e irresistiblemente, como una enfermedad incurable, cuyo foco no puede ser extirpado, porque es invisible. Tanto el individuo como el pueblo tiene entonces que vivir, a la fuerza, lo irracional; y no tiene más remedio que aplicar su más alto ideal y su mejor ingenio a dar la forma más perfecta posible a la extravagancia de lo irracional. En pequeño, lo vemos en nuestra enferma. Esta rehuía una posibilidad de vida (señora X) que le parecía irracional, para vivir esa vida misma en forma patológica, con el mayor sacrificio, en un objeto inadecuado.
No hay otra posibilidad sino reconocer lo irracional como una función psicológica necesaria, puesto que siempre está presente, y tomar sus contenidos no como realidades concretas (esto sería un retroceso), sino como realidades psicológicas; realidades, porque son cosas activas, es decir, efectividades. Lo inconsciente colectivo es el sedimento de la experiencia universal de todos los tiempos, y, por lo tanto, una imagen del mundo que se ha formado desde hace muchos eones. En esta imagen se han inscrito a través del tiempo determinadas líneas, llamadas dominantes. Estas dominantes son las potestades, los dioses, es decir, imágenes de leyes y principios dominadores de regularidades promediadas en el curso de las representaciones seculares. Por cuanto las imágenes depositadas en el cerebro son copias relativamente fieles de los acaecimientos psíquicos, corresponden sus dominantes (es decir, sus rasgos generales, acusados por acumulación de experiencia (idéntica), a ciertos rasgos generales. Por eso es posible trasladar directamente cierta imágenes inconscientes, como conceptos intuitivos, al mundo físico; así por ejemplo, el éter, la materia sutil o anímica primitiva, que está representada, por decirlo así, en las concepciones de toda la tierra; así también la energía, esa fuerza mágica cuya intuición también está difundida universalmente.
Por su parentesco con las cosas físicas, aparecen las dominantes proyectadas con frecuencia; y, cuando las proyecciones son inconscientes, recaen sobre personas del círculo próximo y, por lo regular, en forma de depreciaciones o sublimaciones anormales, que provocan errores, disputas, misticismo y locuras de toda índole. Así se dice "uno tiene a otro por Dios", o que "Fulano es la bestia negra de Mengano". De aquí surgen también las modernas formas del mito, es decir, fantásticos rumores, desconfianzas y prejuicios. Las dominantes del inconsciente colectivo son, por lo tanto, cosas sumamente importantes y de importante efecto, a las cuales ha de prestarle la mayor atención. Las dominantes no se han de ahogar simplemente, sino que que se han de someter a cuidadosa ponderación. Como suelen presentarse en forma de proyecciones, y las proyecciones (por el parentesco de las imágenes inconscientes con el objeto) sólo se hieren allí donde existe una ocasión externa para ello, resulta difícil su estudio. Por lo tanto, cuando alguien proyecta la dominante "diablo" sobre un prójimo es porque este prójimo tiene algo en sí que hace posible la fijación de la dominante diabólica, Con esto no quiero decir, de ningún modo, que este hombre sea también, por decirlo así, un diablo; antes por el contrario, puede ser un hombre singularmente bueno pero incompatible con el proyecto y, por consiguiente, existe entre ambos un "efecto diabólico". Tampoco el proyectante necesita ser un diablo, aun cuando tenga que reconocer que lleva en sí lo diabólico y que ha incurrido en ello, por cuanto lo proyecta; pero no por eso es "diabólico", sino que puede ser un hombre tan correcto como el otro. La presencia de la dominante diabólica, en un caso semejante, se interpreta así: ambos hombres son incompatibles (para el presente y para el futuro próximo), por lo cual lo inconsciente los disocia y separa.
Una de las dominantes, que se encuentra casi regularmente en el análisis de las proyecciones con contenidos colectivos inconscientes, es el "demonio mago", de efecto eminentemente inquietante. Un buen ejemplo es el Golem, de Meyrink, como también el mago tibetano en los Murciélagos de Meyrink, que desencadena mágicamente la guerra universal. Naturalmente, Meyrink no lo ha aprendido de mí, sino que lo ha formado libremente de su inconsciente, comunicando a semejante sentimiento, forma y palabra, como la enferma lo había proyectado sobre mí. La dominante mágica se presenta también en Zaratrtusta; y en Fausto es, por así decirlo, el héroe mismo.
La imagen de este demonio es el grado más bajo y más antiguo del concepto de Dios. Es la dominante del primitivo mago o curandero de la tribu, personalidad de singulares dotes, cargada de fuerza mágica. Esta figura aparece en lo inconsciente de mi enferma muy frecuentemente con piel morena y tipo mongólico. (Advierto que estas cosas eran conocidas por mí mucho antes de que Meyrink las escribiera).
Con el conocimiento de las dominantes del inconsciente colectivo, hemos dado un gran paso. El efecto mágico diabólico del prójimo desaparecerá tan pronto como el sentimiento inquietante quede relegado a una magnitud definitiva del inconsciente colectivo. Pero, en cambio, tenemos ahora ante nosotros un problema de en qué forma pueda el Yo entrar en tratos con este no-Yo psicológico. ¿Cabe contentarse con la comprobación de la existencia activa de las dominantes inconscientes y abandonar luego la cuestión a sí misma?
Con esto se produciría un estado de constante disociación, una desavenencia entre la psique individual y la psique colectiva en el sujeto. Por una parte tendríamos el Yo diferenciado y moderno; por otra, una especie de cultura de negros, un estado enteramente primitivo. Con lo cual percibiríamos separado y clara lo que efectivamente sucede ahora, a saber: que la corteza de la civilización cubre una bestia de piel oscura. Semejante disociación, exige, empero, inmediata síntesis y desarrollo de lo no desarrollado. Hay que armonizar estos dos extremos.
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