La esperanza prevé y presagia. Nos da una capacidad de actuar y una visión de las que la razón y el intelecto serían incapaces. Aviva nuestra atención y agudiza nuestros sentidos para percibir lo que aún no existe, lo que aún no ha nacido, lo que apenas despunta en el horizonte del futuro. Es la obstetricia de lo nuevo. Sin esperanza no hay resurgimiento ni revolución. Cabría pensar que incluso la evolución es impulsada por una esperanza inconsciente. La esperanza es el poder vivificante por excelencia, la fuerza que inerva la vida y la preserva de anquilosarse y paralizarse. Para Fromm, la esperanza como «estado ontológico», como estado de ánimo, es una «disposición interna»: la «disposición para una actividad intensa que aún está por ejercer». Es, por tanto, una fuente interior de dinamismo y actividad. Más allá de la actividad ya ejercida, más allá del mero ajetreo y de la actividad, la esperanza nos inspira para la actividad que aún está por ejercer y es la brisa que nos trae el frescor de lo nonato. Renueva nuestro actuar.
Siguiendo a Nietzsche, podemos entender la esperanza como un estado especial del espíritu que se asemeja a un embarazo. Tener esperanza es estar preparado para el nacimiento de lo nuevo:
¿Hay estado más bendito que el embarazo? Hacerlo todo con la fe tácita de que, de algún modo, eso que hacemos favorecerá a lo que se está gestando en nosotros y tendrá que elevar su misterioso valor, en el que pensamos con arrobo. Por amor a ello evitaremos muchas cosas, sin que sintamos esas renuncias como una ardua obligación. Reprimiremos alguna que otra palabra hiriente y tenderemos la mano para reconciliarnos... La criatura debe nacer en medio de lo mejor y más benigno. Nos estremecemos de nuestra acritud y nuestra brusquedad, temerosos de que en la copa de la vida de nuestro amadísimo desconocido pudiera verterse una gota de desgracia. Todo está como velado, todo son corazonadas, no se sabe cómo irá nada, uno espera, procurando estar preparado. Pero, al mismo tiempo, nos invade un sentimiento puro y catártico de profunda irresponsabilidad, casi como el que tiene un espectador ante el telón bajado. Algo se está gestando, algo está saliendo a la luz, y no disponemos de nada con que determinar su valor ni su momento. Lo único que necesitamos es cualquier influjo por cuya mediación podamos bendecirlo y defenderlo. Nuestra esperanza secreta es que «aquí se está gestando algo que será mayor que nosotros».
Llenos de esperanza, nos elevamos por encima de lo que no debería existir. Lo perdonamos, mientras estamos expectantes de algo totalmente distinto. El perdón abona el terreno para lo nuevo y distinto.
La esperanza conlleva una gran benignidad, una radiante serenidad, incluso una profunda cordialidad, pues no fuerza a nada Como dice Nietzsche certeramente, es un sentimiento de benignidad y orgullo. Tener esperanza significa estar intimamente preparado para lo que haya de venir. Nos hace estar más atentos a lo que todavía no existe, sobre lo cual no podemos influir directamente. Incluso el pensamiento y la acción tienen este carácter contemplativo de la esperanza, que es el carácter de la receptividad, del presentimiento, de la espera, de la aceptación. Para actuar sin más no hace falta consagrarse a esa acción. Pero en el núcleo de la actividad suprema anida el sentido de una inactividad. La esperanza nos inicia en un ámbito ontológico que la voluntad no alcanza. El querer no llega hasta la célula germinal de la creación:
¡Es en esta consagración como hay que vivir! ¡Y realmente se puede vivir así! Aunque lo esperado sea una idea o un acto: la realización de toda obra esencial no es para nosotros sino una especie de embarazo, ¡y que el viento se lleve todo el petulante discurso sobre «querer» y «crear»!
Martin Luther King expresa con mucho acierto la dimensión activa de la esperanza. En su célebre discurso I have a dream dice:
Con esta fe seremos capaces de tallar en la montaña de la desesperación una roca de esperanza. Con esta fe seremos capaces de transformar las chirriantes disonancias de nuestra nación en una bella sinfonía de fraternidad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, de rezar juntos, de luchar juntos, de ir a la cárcel juntos, de defender juntos la libertad, sabiendo que un día seremos libres.
Martin Luther King no es un optimista, pues la roca de la esperanza solo se tallará en la montaña de desesperación. Su sueño es la visión de alguien que sueña despierto. Es la esperanza la que crea esas visiones con las que soñamos despiertos. Ella estimula la imaginación para actuar. Es verdad que también a veces soñamos despiertos para evadirnos de la realidad, pero esos sueños se desvanecen enseguida y, en el fondo, no se diferencian de las fantasías quiméricas ni de las ilusiones irreales. Pero cuando soñamos despiertos la esperanza activa inspira visiones creadoras de futuro, visiones con base real que nos indican el camino hacia el futuro. La esperanza activa no se aviene a resignarse a lo que no debería existir. Soñando despierta, la esperanza está resuelta a actuar. Las visiones con que soñamos despiertos son, en definitiva, sueños en los que actuamos. Son sueños que, en aras de una vida nueva y mejor, hacen desaparecer lo que no debería existir.
En las visiones que tenemos cuando soñamos despiertos nos imaginamos lo venidero, lo que todavía no existe, lo que aún no ha nacido. En esas visiones estamos atentos al futuro, mientras que en los sueños nocturnos lo que se nos aparece es el pasado. Cuando soñamos despiertos soñamos hacia delante, con la mente puesta en el futuro, mientras que cuando soñamos dormidos soñamos hacia atrás, con la mente puesta en el pasado:
Pues una cosa es siempre evidente: que lo reprimido exclusivamente hacia abajo, lo que solo podríamos hallar en el subconsciente, en sí mismo no es más que el terreno del que surgen los sueños nocturnos y, a veces, la ponzoña que provoca los síntomas neuróticos [...]. Lo esperado y barruntado contiene, en cambio, el posible tesoro del que proceden las grandes fantasías diurnas.
Alsem Kiefer |
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