Ricardo Piñero Moral (El bosque de los filósofos)

 Un día cualquiera te das cuenta...

Aunque no lo creas, las cosas que nos interesan a los filósofos son las mismas que a ti te importan. Pregúntate, por un momento, qué es lo que a ti te preocupa: tu salud, tus amores, tu familia, tus amigos, la sociedad en la que vives, el trabajo, el bienestar... Hay cosas que tienes claras, otras, no; sobre algunas de ellas tienes opiniones firmes, sobra otras, no tanto; respecto a algunas de ellas tienes convicciones profundas, pero con respecto a otras tienes muchas dudas; te has planteado, incluso, si Dios existe y, a pesar de ser un tema impresionante, hasta te has dado una respuesta. Hablar con uno mismo sobre todo eso está muy bien, siempre que no te pases de la raya; pero compartir, comentar y contrastar todo eso con otras personas está mucho mejor, es muchísimo más interesante. Pues algo así es la historia de la filosofía...

¿Qué te parece? Formabas parte de algo tan relevante y no lo sabías. Podrás decirme que tu nombre no sale en los libros que así se titulan, pero es que hay muchos pensadores que no salen. Consuélate. Habitualmente solo aparecen en esos grandes tomos personas que han muerto, y tú y yo estamos vivos, y pensamos mucho sobre muchas cosas, y nos importa conocer la realidad, y queremos que el mundo mejore, y sabemos discernir qué es lo bueno y qué es lo malo, y distinguimos lo feo de lo bello, y no confundimos lo verdadero con lo falso, por mucho que se empeñen algunos en decir que, a estas alturas, ya todo da lo mismo.

Un día cualquiera te das cuenta, por arte de magia, que ya eras filósofo y no lo sabías. Sí. Tienes en tus manos un libro de filosofía. Su estructura es muy sencilla. Parte de un convencimiento radical: como es imposible abarcar todos los temas de todos los autores que hemos seleccionado, presentaremos tan solo algunas ideas, algunas que sean relevantes en su pensamiento o representativas, y las comentaremos con brevedad, con el único objetivo de dar razón de la relevancia de sus teorías, pero sin llegar a ser pesados. Si algún autor te interesa, podrás seguir a solas con él; al final, en la bibliografía encontrarás alguna pista. Cada capítulo, excepto el primero, terminará con un acápite titulado tiempo de silencio: no es más que un tiempo para leer al autor en directo, sin más intermediarios que el traductor, un tiempo breve, aunque postwitteriano, que rebasa los 144 caracteres, pero que se queda en torno a las 500 palabras, suficientes para saborear, como cuando catas un vino: su color, un pequeño sorbo, una pizca de su aroma, te dan mucha información. 

Si quieres ahora filosofar con otros, si quieres formar parte de la historia del pensar, pasa página y comenzamos...

  El arte de la coherencia

No hay que ser un lumbrera para observar que, a día de hoy, muchas personas sufren un cortocircuito entre su forma de pensar y su comportamiento, entre sus ideas y sus actos, entre sus principios y lo que cada día dicen y hacen... Los griegos diagnosticaron este mal y lo denominaron akrasía... algo que podríamos describir como una especie de desavenencia entre lo que tenemos en la cabeza y lo que hacemos con nuestra vida. Todos hemos visto la distancia que existe entre un propósito —muy bien fundado, muy bien planteado, muy querido— y la realización del mismo. Quizá nos parezca algo habitual, pero en la historia de la filosofía existió una vez un personaje que intentó explicar lo que sucedía en ese espacio inhóspito del entre y se propuso generar un modelo de pensamiento de tal potencia que no sufriese debilidad alguna para llevar hasta el final lo planteado en el principio, un modelo de pensar que se resistiera a perderse o difuminarse antes de convertirse en un acto.

La búsqueda de la verdad o cómo dar luz

La vida de Sócrates es como su muerte, la vida de un conocedor del ser humano, la de un buscador de la verdad: su vida es un alumbramiento intelectual y moral. Existe una gran diferencia entre dar la luz, dar a luz y dar luz. Lo primero puede hacerlo, sin esfuerzo, cualquiera que se lo proponga tocando, sin más un interruptor; lo segundo es una capacidad restringida a aquellas que han recibido un don específico de la naturaleza, un don incomparable; lo tercero es una tarea reservada a quienes dedican su vida a buscar la verdad y a compartir esos destellos con quienes les rodean. Ya se ve, pues, que hay muchas luces... La luz que a Sócrates le iluminaba era la luz de la razón, y gracias a ella decidió perseguir la verdad hasta el final.

En su época, el pragmatismo de los sofistas había rebajado el listón de las aspiraciones filosóficas simplemente a conseguir un éxito social o político. Pero a Sócrates lo que le interesa no es hacer del ser humano medida de todas las cosas —como a Protágoras—, sino descubrir la esencia misma de las cosas. «La base de la doctrina socrática—para Tovar— es que no hay sino un bien, el conocimiento, y un mal, la ignorancia [...]. Esta fe inquebrantable sirve de base a un profundo optimismo: la razón es infalible» De este modo se ponen las bases de un filosofía convencido de que la tarea del logos es la de perseguir la evidencia, la de alcanzar la verdad, una verdad tan poderosa, que posee tanta fuerza que hace de la razón una herramienta infalible.

Que la razón sea incuestionable sitúa a la filosofía del ateniense muy por encima de todo escepticismo, muy por encima de cualquier minimalismo. La razón es un guía firme, riguroso, severo, inequívoco. Por eso la razón atrae hacía sí la verdad, por eso la razón nos mueve, nos arrastra, por eso la razón es una realidad autónoma, incluso superior al que razona. Podemos refutar argumento, pero no el logos mismo que nos pone en contacto con una realidad superior: la certeza, la evidencia, la verdad.

El ejercicio de ese logos es la racionalidad del ser humano que no se somete a interés alguno, sino que busca con audacia la perfección, la pureza, lo auténtico, lo que hace de un modo tal que convierte esa tarea en una misión radical, en un modo de ser en el mundo: aquel que hace de las personas «amantes de la sabiduría», filó-sofos. La confianza socrática en las posibilidades de la razón es total, pues considera que esta no solo posee un alcance extraordinario, sino que se encuentra en todo ser humano, más allá de su condición social, más allá de su formación intelectual.

La mejor manera de ejercitar la razón es el diálogo. Este no es solo un bien en abstracto, sino el camino más adecuado para generar asombro, entusiasmo, deslumbramiento entre los interlocutores. En el diálogo acontece la magia del filosofar porque hace posible la duda, porque hace posible la certeza, porque posibilita una búsqueda que persigue no cualquier meta, sino la más alta: esa verdad que está como dormida en el alma de cada ser humano. En el Georgias, Sócrates sentencia: «No digo yo lo que digo porque lo sepa, sino que lo busco en vuestra compañía». Desde esta óptica, el hallazgo de la verdad no es una conquista de algo que apenas existe fuera de nuestra mente, sino una especie de alumbramiento.

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