José María Lassalle (Civilización artificial) Sabiduría o sustitución: el dilema humano ante la IA

[...] La aparición de un conocimiento artificial basado en algoritmos, marca una diferencia histórica sustancial con lo sucedido en el pasado. Un hecho que explica por sí solo la transcendencia del fenómeno que describimos con relación a lo que pasó en el capitalismo industrial. Entonces se sustituyó el trabajo físico y se difundió el intelectual entre los humanos. La pérfida del primero se compensó por el segundo. Se produjo la necesidad masiva de distintas posiciones profesionales que requerían niveles de conocimiento especializado que eran diferentes en función de la importancia del valor que aportaban dentro del proceso productivo. 

El problema, ahora, es que la IA opera sobre el trabajo intelectual. Esto hace que el ser humano sea desplazado de su realización sin que se de ninguna alternativa. Un fenómeno que afecta a casi todas las profesiones al convertirse la IA en una facilitadora eficiente de soluciones para la complejidad que libera la digitalización exponencial de la humanidad. Hasta el punto de que sin ella ya no serían viables nuestras sociedades automatizadas. Ni a nivel económico ni organizativo. Esta circunstancia hace que crezca el poder de gestión a medida que aumenta el volumen de información sobre la que opera. Esta suma de utilidad y necesidad de la IA se relaciona íntimamente, como acabamos de señalar, con la intensa automatización de la humanidad. Hablamos de un proceso cultural que avanza imparable y del que nada ni nadie se salva. No importa el género, la cultura, la raza, la lengua, el estatus social y educativo, la religión, la edad o el nivel de renta. Todos los seres humanos, de un modo u otro, y de una forma más o menos intensa y acelerada, experimentamos directa o indirectamente la digitalización de nuestras vidas personales y profesionales. Una experiencia que no solo no se detendrá en el futuro sino que solo cabe concluir que irá a más.

Casi seis mil millones de seres humanos habitamos Internet al utilizar un smartphone. A los que hay que sumar los más de 75.000 millones de dispositivos que internacional entre sí a través del IoT. La combinación de ambas fuentes masivas de datos provoca una explosión inacabable de ellos que alimenta el crecimiento de la información que manejan las plataformas. Primero, porque son ellas las que prestan el soporte tecnológico a todo lo que circula y se intercambia en Internet. Y, segundo, porque actúan como intermediarios tecnológicos que canalizan en la web las multitudes de usuarios que acceden a sus servicios. 

Además, la viabilidad competitiva de las empresas depende de su modelo, pues tanto el análisis de datos como la utilización de algoritmos son imprescindible para mejorar su posicionamiento en el mercado digital. Eso significa que digitalizar empresas supone plataformizarlas. No solo porque necesitan información para ser más competitivas sino porque tienen que operar sobre ella mediante algoritmos que la procesan. De ahí que si los datos son el petróleo de la economía actual, los algoritmos son la maquinaria que, como sucedía en la economía industrial, interviene sobre las materias primas y las transforma en bienes de equipo. Pero a diferencia de lo que pasó tras la introducción de las máquinas, ahora los bienes de equipo digitales, por seguir con la metáfora industrial, ya no son productos materiales, sino aplicaciones digitales que visibilizan y ofrecen servicios en forma de modelos de negocio en Internet. Además, si en el siglo XIX las materias primas eran limitadas, ahora son recursos inagotables. Algo que hace que su volumen crezca sin parar y, con ellos, las posibilidades de mejorar su uso mediante nuevos negocios o a través del perfeccionamiento de los que existen. Máxime cuando, al hilo del proceso que acabamos de describir, el mundo real se desmaterializa para ser paulatinamente sustituido por otro que es artificial. Un mundo diseñado algorítmicamente para alojar un ser humano que, gracias a la tecnología, emprende diariamente un viaje del primero hacia el segundo. O, si se prefiere, afronta una migración identitaria donde la existencia se transforma en experiencia que, como intuyó Hannah Arendt, modifican la condición humana de raíz.

Esta lógica expansiva de creación, captación y uso de datos está ligada a una arquitectura de aplicaciones digitales que propicia la interacción de los internautas y de las máquinas entre sí. A esto último contribuye, además, el aumento de la interconexión entre ellas que se produce en las industrias 4.0 y 5.0, y al despliegue en los procesos automatizados de sensores que miden los efectos de la interacción maquímica. Co ello, se pretende engrosar la huella digital de personas y cosas para aumentar el tamaño de la infoesfera, que crece a medida que se empequeñecen las dimensiones físicas del planeta. De este modo, las plataformas disponen de más información que nunca y pueden ser más eficaces en la provisión de servicios basados en la previsibilidad de los comportamientos humanos y de las máquinas cuando tengan estados mentales. Un fenómeno que se retroalimenta mediante un mercado de futuros donde se compran y venden predicciones sobre nuestra conducta. Predicciones performativas que acaban modelando el comportamiento humano de manera anticipada. Algo que sucede a partir del conocimiento que se tienen de la información que dejamos con nuestra huella digital y que es consecuencia de una epistemología artificial predictiva que condiciona la libertad humana al convertirla en libertar necesaria. De este modo se mitiga el empoderamiento de la persona sobre su consciencia decisoria y se favorece una IA que trabaja para debilitar la autonomía humana mediante un entendimiento artificial que elabora ideas complejas que son el resultado de la interacción analítica de la máquina con los datos.

Hablamos, por tanto, del impulso de un conocimiento artificial que lleva a los seres humanos a perder su iniciativa en la generación de su propio entendimiento y que les conduce a ser más eficientemente ellos mismos bajo la guía de sistemas de IA. Para ello son movilizados mediante patrones preconcebidos a partir de elecciones pretéritas que tomaron en el pasado y que condicionarán sus decisiones futuras. Una estrategia inducida de control social que modela la identidad individual a partir de soportes tecnológicos con los que interactúa la persona de forma adictiva durante horas y horas a los largo del día. De modo que la libertad humana se reduce en la medida que vemos frustradas nuestra capacidad para improvisar nuestra conducta al someternos a predicciones automatizadas de ella que eliminan el método de ensayo y error, así como la autonomía moral que nos lleva a responder de nuestros fallos delante de nuestra conciencia y del juicio de los demás.

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