Manuel Chaves Nogales ¿Qué pasa en Catalunya?

UN LIBERAL

Don Amadeo Hurtado* pasa con un ademán sencillo y típicamente liberal de la suscita cuestión de Catalunya que yo quería plantearle a una vasta concepción de la política de esta hora, y con ese amor a las ideas generales y las grandes síntesis, característico del liberalismo, discurre por el panorama universal de la lucha política. Sus palabras, claras, meditadas, precisas, son algo más que una divagación. Acaso sirven mejor a nuestro intento que las anécdotas de la municipalidad.

-El triunfo de las izquierdas en Catalunya -dice- no es un fenómeno político aislado al que haya que buscar aquí explicaciones particulares ni del que puedan deducirse consecuencias puramente locales. Las izquierdas han triunfado en Catalunya por unas causas generales que en cada momento deciden el curso de la vida pública, en esta o aquella provincia, ni siquiera en tal o cual nación, sino simultáneamente en todos los pueblos que se mueven en la misma órbita espiritual. Han triunfado las izquierdas en Catalunya como han triunfado en el resto de España y como posiblemente triunfarán en Francia. Por una corriente universal de ideas y sentimientos que en determinado momento arrastra a los pueblos hacia esta o aquellas soluciones políticas. Hay que tener en cuenta que en los últimos tiempos los movimientos de opinión siguen un ritmo alterado de derecha a izquierda. Ese ritmo -y éste es el fenómeno más curioso de la época- no lo marcan las minorías que hasta aquí habían llevado la dirección de la política, sino los pueblos mismos, la masa, la gente. ¿Quién es esa gente? Se preguntará inútilmente. Es imposible personalizar a la masa; es eso: la masa, la gente que anda por la calle y llena las oficinas, los talleres, los cines y los campos de fútbol. Lo que desde luego puede asegurarse es que no se trata de la gente encuadrada en los partidos políticos y controlada por los líderes. Los hombres de los partidos podemos seguir creyendo que las masas nos siguen y que los votos que se nos otorgan los hemos conquistado con nuestras ideas. Pero no pasa de ser una vana ilusión. Hoy, ningún político tiene votos; se han acabado los incondicionales, los partidarios. Y si los hay, si subsisten las clientelas políticas, su insignificancia numérica es tal que ante la decisión de las masas no controladas nadan valen. El voto que nos concede esa muchedumbre es cada día más restringido y condicional. Es nuestro en tanto que nuestras ideas políticas se ajustan al sentimiento actual de la multitud. Y nada más. 

-La política no la dirigen hoy los hombres más inteligentes, ni los mejor preparados, ni siquiera los profesionales de la táctica; son las masas, esas masas amorfas, apolíticas, imponderables, las que han tomado la dirección política de los pueblos. Es pueril buscar explicaciones al triunfo de las izquierdas en virtud de tales o cuales coaliciones electorales; se equivocan los que creen que el triunfo puede deberse a que tal o cual organización proletaria haya dado o dejado de dar la orden de votar a determinados candidatos. No son los sindicalistas ni los curas los que deciden la política; es la multitud; esa gente que pasa ahora por la calle.

-La ley constante que hasta ahora puede deducirse de esa dictadura de la muchedumbre es la de que la política ha de seguir un ritmo alterado de derecha a izquierda. Parece como si inclinándose a uno y a otro lado sucesivamente quisiera la masa lograr el equilibrio. Los hombres políticos colocados en la trayectoria de ese movimiento pendular se encuentran súbitamente elevados al poder, o bien se quedan en el vacío, cuando el péndulo oscila en dirección contraria. Es ley constante también la de que estos movimientos isócronos del péndulo se desarrollan en un lapso de tiempo no mayor ni menor de dos años. El curso de la política dictado por la masa cambia por bienios. Esos dos años son el plazo fatal que concede la multitud a los hombres políticos que arrastra en su trayectoria para que desarrollen la obra de gobierno contenida en su ideología peculiar. Lo único que se puede pedir a los gobernantes es que sepan aprovechar el plazo perentorio que la opinión les concede. Que estén preparados para gobernar y sepan utilizar al servicio de sus ideas el instrumento que el pueblo pone en sus manos.

-Antes, cuando las masas no tenían esta intervención decisiva en la política del país, eran los jefes de los partidos políticos, y en última instancia el llamado poder moderador, quienes regían los movimientos pendulares de la opinión. El mismo anhelo de equilibrio que hoy impulsa a la masa era el que antes llevaba al poder moderador a establecer el turno pacífico de los partidos. Hoy no se le tolera a ningún poder del estado que se atribuya esa función: quiere ser la masa misma quien la desempeñe. Va desde luego al fracaso quien se empeñe en orientar a la opinión en un determinado sentido desde el Ministerio de la Gobernación.

-Concebida así la mecánica política de esta ahora, es fácil contestar a la pregunta. ?Qué va a pasar en Catalunya. No pasará nada distinto de lo que pase en el resto de España. Antes de las elecciones, alguien me planteaba el problema de lo que ocurriría en Catalunya si aquí triunfaban las izquierdas y en las demás provincias las derechas. Si realmente hubiese existido esta posibilidad habría sido catastrófica, pero a mí no me preocupó un solo instante, porque me resisto intuitivamente a aceptar hipótesis absurdas. Los catalanes estamos sujetos a las mismas leyes políticas que los demás pueblos situados en nuestra órbita espiritual. Catalunya no es ni puede ser un compartimento estanco en el mundo de las ideas políticas.

-Si la multitud, siguiendo el impulso de sus reacciones, inclinaba el péndulo de la gobernación del Estado hacia la izquierda en Barcelona, análogo impulso se dejaría sentir en Madrid. La masa tiene hoy un signo izquierdista que es nuestro común denominador. No hay que hacerse ilusiones, sin embargo. Al día siguiente del triunfo de las izquierdas comenzó la inclinación del sentimiento multitudinario hacia la derecha. 


* Amadeu Hurtado (1875-1950), político federalista y republicano catalán, activo periodista y escritor, desarrolló una labor muy importante en las comisiones de la Constitución de la II República española y del estatuto de Catalunya de 1932. Se vinculó a Esquerra Republicana de Catalunya por su cercanía a Francesc Macía pero abandonaría el partido en 1933 para pasar a Acció Catalana y Republicana, aunque mantuvo un activo compromiso incluso con la proclamación del Estado catalán en 1934 y contra la intervención del ejército en ese momento en Barcelona. Desde entonces se mantendrá en cargos vinculados a lo jurídico. Con la guerra se exilia a Francia brevemente y consigue volver a Barcelona poco antes de morir.

Adela Cortina (¿Para qué sirve realmente...? La Ética)

La democracia comunicativa es aquella en que los ciudadanos intentan forjarse una voluntad común en cuestiones de justicia básica, a través del dialogo sereno y la amistad cívica. Cuenta, pues, con pueblo, más que con masa.

Los ciudadanos que componen el pueblo son conscientes de que las discrepancias son inevitables, que los desacuerdos componen en principio la sustancia de una sociedad pluralista. Pero saben también que en cuestiones de justicia es indispensable dialogar y tratar de descubrir acuerdos. No en cuestiones de vida buena, de lo que vengo llamando hace tiempo <<ética de máximos>>, sino en relación con esos mínimos de justicia por debajo de los cuales no se puede caer sin incurrir en inhumanidad. Las propuestas de vida feliz son cosa del consejo y la invitación, son cuestiones de opción personal; pero las exigencias de justicia reclaman intersubjetividad, piden implicación a la sociedad en su conjunto. Y una sociedad mal puede construir conjuntamente su vida compartida si no se propone alcanzar con el esfuerzo conjunto metas de justicia desde ese vínculo al que Aristóteles llamó <<amistad cívica>>.

Sin contar con un pueblo unido por la amistad cívica no existe democracia posible La amistad es la que une a los ciudadanos de un Estado, conscientes de que, precisamente por pertenecer a él, han de perseguir metas comunes y por eso existe ya un vínculo que les une y les lleva a intentar alcanzar esos objetivos, siempre que se respeten las diferencias legítimas. No se construye una vida pública justa desde la enemistad, porque entonces faltan el cemento y la argamasa que unen los bloques de los edificios, falta la <<mano intangible>> de la que hablan el republicanismo filosófico. La mano intangible de las virtudes cívicas y, sobre todo, de la amistad cívica. Junto a la mano visible del Estado y la presuntamente invisible del mercado, es necesaria esa mano intangible de ciudadanos que se saben y sienten artesanos de una vida común.

Pero yendo todavía más lejos, conviene recordar que una persona en solitario es incapaz de descubrir qué es lo justo y necesita para lograrlo del diálogo con otros, celebrado en condiciones lo más racionales posibles. El diálogo no sólo es necesario porque es intercambio de argumentos que pueden ser aceptables para otros, sino también porque tiene fuerza epistémica, porque nos permite adquirir conocimientos que no podríamos conseguir en solitario. Nadie puede descubrir por su cuenta qué es lo justo, necesita averiguarlo con los otros.

Y si es cierto que la democracia exige una identificación entre los autores de las leyes y sus destinatarios, no es de recibo que una parte de la población perciba algunas leyes como injustas. Es preciso esforzarse por descubrir acuerdos sobre mínimos de justicia.

La democracia comunicativa es representativa, sabe que el mejor modelo entre los que hemos ideado consiste en la participación del pueblo en los asuntos públicos a través de representantes elegidos, a los que pueden exigirse competencia y responsabilidad. Pero exige llevar a cabo al menos cuatro reformas: tratar de asegurar a todos al menos unos mínimos económicos, sociales y políticos, perfeccionar los mecanismos de representación para que sea auténtica, dar mayor protagonismo a los ciudadanos, y propiciar el desarrollo de una ciudadanía activa, dispuesta a asumir con responsabilidad su protagonismo.

Tratar de asegurar a todos unos mínimos de justicia es condición indispensable para que una sociedad funciones democráticamente, no se puede pedir a los ciudadanos que se interesen por el debate público, por la participación activa, si su sociedad ni siquiera se preocupa por procurarles el mínimo decente para vivir con dignidad. Éste es un presupuesto básico que ya no cabe someter a deliberación, sobre lo que se debe deliberar es sobre el modo de satisfacer ese mínimo razonable, teniendo en cuenta los medios al alcance.

Conseguir una mejor representación, que sería la segunda tarea, no es fácil, pero cabría ir proponiendo sugerencias como asegurar la transparencia en la financiación de los partidos para evitar la corrupción como una condición de supervivencia democrática; confeccionar listas abiertas, que permitan a los ciudadanos no votar a quienes no desean y quitar fuerza a los aparatos, evitando en cada partido el monopolio del pensamiento único; eliminar los argumentarios, esos nuevos dogmas a los que se acogen militantes, simpatizantes y medios de comunicación afines, impidiendo que las gentes piensen pos sí mismas; prohibir el mal marketing partidario que consiste en intentar vender el propio producto desacreditando al competidor, olvidando que el buen marketing convence con la bondad de la propia oferta; penalizar a los partidos que, al acceder al poder, no cumplen con lo prometido ni dan razón de por qué no lo hacen; acabar con la partidización de la vida pública, con la fractura de la sociedad en bandos en cualquiera de los temas que le afecten; propiciar la votación por circunscripciones, favoreciendo el contacto directo con los electores.

Estas serían algunas propuestas para mejorar la representación, pero la buena representación, con ser esencial, no es el único camino para que los ciudadanos expresen su voluntad. Es necesario multiplicar las instancias de deliberación pública, en comisiones, comités y otros lugares cualificados de la sociedad civil, impulsar las <<conferencias de ciudadanos>>, y abrir espacios para que las gentes puedan expresar sus puntos de vista en nuevas ágoras. Éste es el espacio de la opinión pública -no sólo publicada-, indispensable en sociedades pluralistas, que hoy se amplía en el ciberespacio, pero que sigue reclamando lugares físicos de encuentro, de debate cara a cara, porque nada sustituye la fuerza de la comunidad interpersonal.

Un paso más consistiría en delimitar, como mínimo, un parte del presupuesto público, y dejarla en manos de los ciudadanos para que decidan en qué debe invertirse, mediante deliberación bien institucionalizada y controlada, aprendiendo de experiencias como las de Porto Alegre, Villa del Rosario, Kerala y una infinidad de lugares no tan emblemáticos a los largo y ancho de la geografía.

La meta consiste, como es obvio, en ir consiguiendo que los destinatarios de las leyes, los ciudadanos, sean también sus autores, a través de la representación auténtica y la participación de los afectados. Éste es uno de los caminos posibles para evitar que la desmoralización destruya nuestra sociedad democrática.

* Adela Cortina (Ciudadanos del mundo) Hacia un teoría de la ciudadanía
* Adela Cortina (Aporofobia, el rechazo al pobre) Un desafío para la ...

Roger-Pol Droit (Vivir hoy) Con Sócrates, Epicuro, Séneca y todos los demás)

Reírse de un mismo
Aristófanes y Luciano

Los filósofos, y la gente de la cultura en general, han mostrado demasiado poco interés por la comedia. Lo que caracteriza principalmente al pensamiento y a la creación parece ser la angustia, la ansiedad, el llanto, e lado sombrío del mundo...no la risa. Sin embargo, los antiguos, y los atenienses en particular, inventaron el espectáculo cómico como una forma de pensamiento. Es obvio que no inventaron la risa, pero sí esa escena singular en que una serie de espectadores, sentados uno al lado de otro, se divierten a costa de unos personajes grotescos, con sus comportamientos y sus réplicas.

El nacimiento de un dispositivo tan peculiar no se puede entender de forma aislada. A la pregunta ¿Por qué los atenienses inventaron la comedia?, no se encuentra ninguna respuesta satisfactoria. Lo que hay que hacer es formular la cuestión de otra manera, porque lo cómico no se puede aislar. Considerarlo como algo aparte es una ilusión. Lo cómico es una pieza más de un rompecabezas.

Hay que pensar la dicotomía entre comedia y tragedia (reír y llorar, siempre dos máscaras) como un invento de dos caras, inseparables, como el haz y el envés. Pero es preciso abrir más el angular del objetivo, sin limitar la mirada al campo del teatro. La invención de la risa cómica es un parte de un todo que comprende otros elementos: el nacimiento de la interrogación científica, la creación de la democracia, el inicio de la filosofía, de las matemáticas y de los razonamientos lógicos. Desde este punto de vista, los griegos elaboraron un paisaje multiforme que todavía es, en gran parte, el nuestro. Cohabitan en él la reflexión racional, la política igualitaria de la democracia y los espectáculos, trágicos y cómicos, que reúnen a los ciudadanos compartiendo unas emociones comunes.

¿Qué es, pues, lo que nos falta? Ciertamente el sentido de las conexiones y la circulación entre esos distintos elementos. Hemos convertido el reír en una actividad subalterna, una distracción aparte. Practicamos, generalmente, una risa de segunda categoría: una risa desarmada, que solo asoma en los rincones, en lugares y en momentos reservados. Una risa dividida en un rosario de géneros, de estilos, de registros que no se comunican casi nunca entre ellos.

La risa de los antiguos, por el contrario, es multiforme. Combina siempre varios registros, situaciones, rasgos de carácter, personajes caricaturescos que hacen reír por sus defectos, que pertenecen a la naturaleza humana eterna (celos, avaricia, fanfarronería, codicia, ambición,,,), pero también muestran hechos y rostros de la actualidad (guerras, rivalidades políticas, intrigas del momento, dirigentes que ocupan cargos). Lo eterno y lo efímero se mezclan.

También se mezclan la elegancia y la vulgaridad. La comedia griega no vacila en usar la sal gruesa. Aunque a los académicos no les guste, la comedia antigua está llena de pedos y eructos. Los griegos no les hicieron nunca ascos a las bromas escatológicas. Esa vulgaridad alterna continuamente con rasgos de ingenio y con juegos de palabras. La invención verbal es constante. Dentro de esa risa multidimensional se despliega permanentemente una fuerza de creación lingüística extraordinaria. 

A pesar de todo, no hay dispersión en esa diversidad. Una unidad fundamental reúne todas esas características. ¿De qué se burlan los espectadores en el teatro antiguo? ¡De sí mismos! El gran invento del teatro cómico griego es que no se ríe de cualquiera, ni de los demás ni de situaciones lejanas, extraordinarias o convencionales. Los espectadores se ríen, juntos, de sí mismos. De sus pequeñas miserias y de sus grandes infortunios, de sus defectos, sus extravagancias, sus dificultades momentánias, sus querellas políticas, sus preocupaciones económicas, militares y sociales. La comicidad busca sus temas en el público para mostrarle, con una lente de aumento, caricaturescamente, sus defectos y sus maneras de ser. La risa procede de un espejo deformante.

Esta particularidad es nueva. No la encontramos antes, ni en ninguna otra parte. Ha perdurado hasta nuestros días, en ciertos aspectos. Muchos espectáculos cómicos actuales hacen reír a la gente de la sala con sus propias historias, sus dificultades políticas y sus desavenencias conyugales. El público, tanto el el siglo XXI como en la época de Aristófanes, se ríe de sí mismo.

LA AMBIGÜEDAD PELIGROSA

Nombre     Aristófanes, nacido hacia el año 450 antes de nuestra era.
Lugar         Atenas.
Leer           Los caballeros, Las nubes.
Por             Su mezcla de todo tipo de comicidades.

Aristófanes es el primero que encarna, con fuerza, esa diversidad de la risa antigua. En Los caballeros, por ejemplo, se burla de una figura tan antigua como la democracia misma: el demagogo. Como la democracia, el demagogo empezó su carrera en las calles de Atenas en el siglo V antes de nuestra era. Su nombre, forjado en la lengua de Homero y de Platón, significa <<el que conduce (agogos) al pueblo (demos)>>. Para ser influyente, procura hablar como el pueblo, con <<voz canalla, lenguaje de las verduleras>>, dice Aristófanes. El personaje no establece muchos matices, y amenazas a sus adversarios afirmando que los <<escachará contra el suelo>> o les <<arrancará los párpados>>. Es verdad que <<la demagogia no quiere un hombre instruido, ni de costumbres honestas, necesita un ignorante y un infame>>.

A veces, la risa se tiñe de inquietud, ya que entre el demócrata y el demagogo la frontera se difumina y resulta difícil de establecer con exactitud. A menudo se parecen, como el perro y el lobo. Con frecuencia, resulta muy complicado marcar claramente el límite entre la norma y el exceso en el campo de la palabra pública. Es evidente que la demagogia no es el destino inexorable de la democracia, como creen sus adversarios, empezando por Platón. Pero caer en la demagogia representa un riesgo permanente, una deriva siempre posible, contra la cual hay que luchar constantemente.

El demagogo, fabricante de rumores, maquinador de complots verdaderos o falsos, propagador de pequeñas frases y grandes ilusiones, depende de quienes difunden sus palabras. En las ciudades antiguas su poder era grande, pero su campo de acción restringido. Desde entonces hemos perfeccionado la audiencia... Aristófanes pone de manifiesto ese triunfo de la tontería del vulgo, y pone el dedo en la llaga. Sin embargo, nos equivocaríamos si pensáramos que lo único que hace este autor es combatir virtuosamente los errores de la multitud y las debilidades del pueblo. También lo halaga.

* Roger-Pol Droit (La filosofía no da la felicidad... ni falta que le hace)

Gabriel Andrade (El posmodernismo ¡vaya timo!)

El hombre no pertenece a su lengua ni a su raza; se pertenece sólo a sí mismo pues es un ser libre, es decir, un ser moral (Ernest Renan).

Nazismo y posmodernismo
[...] El posmodernismo ha desplazado la lucha por las reivindicaciones sociales de los socialistas del pasado y lo ha suplantado por el intenso deseo de preservar las culturas.
El objetivo de la lucha posmoderna no es el capitalismo explotador de las clases obreras sino la hegemonía cultural de la modernidad que, según creen, al difundir sus valores por el mundo entero, atenta seriamente contra la integración de las personas. Bajo la presunción posmoderna, en la medida que la cultura (y no la clase social) es la unidad fundamental de la identidad de las personas, cuando la modernidad destruye las formas culturales tradicionales erosiona la integridad de las personas que asientan su identidad en esas culturas. 

Por ello, el posmodernismo está abocado a preservar las culturas locales frente a la expansión cultural del Occidente moderno. Por ello, los posmodernos han hecho de la diversidad una de sus banderas ideológicas más emblemáticas. Allí donde la Ilustración ha promovido el universalismo y la unidad de la especie humana, los posmodernos han hecho mucho más hincapié en la valoración de las diferencias entre los seres humanos y en la necesidad de preservar esas diferencias. En el imaginario posmoderno, el mundo debe ser algo así como un gran arco iris, en el cual se manifiestan todo tipo de colores, no sólo en términos raciales sino también culturales, ideológicos, sexuales, etc.

En esto el posmodernismo empieza a paracerce al "racismo científico". Los promotores de éste estaban muchos más interesados en indagar en las diferencias entre los seres humanos por encima de lo que les une como especie. En sus formas más lamentables, el "racismo científico" terminó por promover la idea de que no sólo la especie humana está fragmentada en grupos raciales con profundas diferencias entre sí sino que, además, debe mantenerse así a fin de que cada raza preserve su esencia biológica. De este modo, según los "racistas científicos", la "raza blanca" europea es biológicamente diferente de la "raza negra" africana, y para que cada una preserve su esencia y no degenere sería conveniente mantenerlas separadas. Y en la medida en que se mantengan separadas, podría conservarse la diversidad racial.

Pues bien, los posmodernos no están muy lejos de estas ideas. Por supuesto, en vez de emplear la palabra raza utilizan cultura, pero el argumento es fundamentalmente el mismo. La humanidad está fragmentada en diversos grupos con profundas diferencias entre sí y conviene preservar esa diversidad. Las culturas pueden interactuar entre ellas, pero una no debe afectar culturalmente a la otra, pues sólo así se podrán preservar intactas las antiguas costumbres y se asegurará la continuidad de la identidad cultural.

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El espíritu del pueblo
[...] En su afán por preservar las culturas frente al avance de la hegemonía cultural occidental moderna, los posmodernos terminan por encasillar a los individuos en sus grupos de procedencia. La niña francesa musulmana debe llevar el velo en la escuela porque, puesto que sus padres son argelinos, con ese gesto ella preserva la cultura de sus ancestros. Un indígena que ha estudiado medicina de Bolivia debe incorporar ritos chamánicos a su ejercicio profesional pues de ese modo rescata su cultura de la hegemonía cultural occidental. A un estudiante de historia de piel negra de EE UU debe enseñársele más la historia de los pueblos africanos premodernos que la de Grecia y Roma, pues eso permite que forje su identidad y no se aliene al conocer la historia de una cultura ajena. El niño de apellido Dubois de Quebec debe ser educado en francés (aun si su primera lengua es el inglés) pues de esa manera rescatará el legado cultural de los francocanadienses. Y así sucesivamente.

A simple vista esto parece muy loable. Estas políticas permiten que las personas "rescaten" su legado y no se entreguen como carne de cañón a la influencia cultural de Occidente, pero, visto con mayor rigor, esas propuestas son afines al "racismo científico". Las políticas de identidad terminan por postular que los individuos pertenece a la cultura de sus antepasados y deben rescatarla, aunque esos mismos individuos jamás hayan mostrado esos rasgos culturales. En realidad, a juicio de los posmodernos, el hecho de que el individuo jamás haya mostrado esos rasgos es precisamente un forma de alienación cultural. La joven musulmana que prefiere ir sin velo y viste ropa occidental ha traicionado su legado islámico. El joven estudiante norteamericano de piel negra que prefiere conocer más sobre o Alejandro Magno o Julio César que sobre Shaka Zulu ha sucumbido al dominio occidental y se ha alienado en la cultura del amo. El médico boliviano indígena que prefiere no emplear métodos chamánicos en su ejercicio profesional ha perdido sus raíces y ha sido vencido por la conquista europea.

De esta manera, los promotores de las políticas de identidad plantean que las personas deben llevar, de algún modo, los mismos rasgos culturales que sus ancestros. En otras palabras, los rasgos culturales se heredan, no se escogen. Y no importa cuán integrada esté una persona a una determinada cultura que habría resultado ajena a sus ancestros: esa persona formará parte de la cultura de estos. Así, las  políticas de identidad postulan, implícitamente, que los rasgos culturales se inscriben en la biología y, como hemos visto, esta es una idea típica del "racismo científico".

Una muchacha francesa hija de inmigrantes argelinos musulmanes podrá hablar un perfecto francés, defender a ultranza el republicanismo laico, cantar La Marsellesa a pulmón abierto, sentir una gran pasión por Flaubert y a la vez sentir repudio por la poligamia, considerar que el Corán es un libro nefasto y pensar que el uso del velo es opresivo. Pero bajo los postulados de las políticas de identidad , esa muchacha es ante todo de cultura argelina pues esta es su procedencia. En consecuencia, puesto que es ante todo de cultura argelina, debe rescatar el legado cultural argelino. 

Pues bien, de esta manera parece defenderse que la cultura argelina está de algún modo inscrita en la biología de esa muchacha. No importa cómo se comporte: siempre será de cultura argelina. Esa muchacha podrá estar muy bien integrada con sus amigas francesas, pero siempre será distinta porque, a diferencia de sus amigas, sus padres son inmigrantes y ella es de otra cultura. Así, al igual que los racistas científicos, los posmodernos quieren inscribir en la biología las diferencias entre los seres humanos. Las personas heredan de sus padres su cultura, pero esta se transmite de algún modo biológicamente, pues hasta una persona que no ha sido criada por sus padres biológicos forma parte de su cultura.

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