James C. Scott (Elogio del Anarquismo)

Tres hurras por la pequeña burguesía

Fragmento 17.
PRESENTAMOS UNA CLASE DIFAMADA

Ningún aumento de las riquezas materiales les compensará por los arreglos que insultan su respeto propio y menguan su libertad.
R.H. Tawney

Ha llegado el momento de que alguien hable bien de la pequeña burguesía. A diferencia de los obreros y de los capitalistas, a quines nunca les han faltado portavoces, la pequeña burguesía, en muy raras ocasiones, si es lo que hace alguna vez, habla en su propio nombre. Y mientras los capitalistas se reúnen en asociaciones de empresarios y en el Foro Económico Mundial de Davos, y los obreros se concentran en congresos sindicales, la única vez, hasta donde yo sé, que la pequeña burguesía se reunió a título propio, fue en el Primer Congreso Internacional de la Pequeña Burguesía en Bruselas en el año 1901. Nunca se celebró un segundo congreso.
¿Por qué salir en defensa de una clase que permanece en un relativo anonimato y que, sin lugar a dudas, no es, en lenguaje marxista, una clase für sich (en sí misma)? Las razones son varias. La primera y más importante, creo que la prqueña burguesía y los prqueños propietarios en general representan una zona muy valiosa de autonomía y de libertad en sistemas estables cada vez más dominados por las grandes burocracias públicas y privadas. La autonomía y la libertad, junto con el mutualismo, son el núcleo de la sensibilidad anarquista. La segunda, estoy comvencido de que la pequeña burgusía realiza unos servicios sociales y económicos fundametales en el seno de cualquier sistema político.

Por último, dada cualquier definición generosa de sus límites de clase, la pequeña burguesía representa la mayor clase del mundo. Si incluimos en ella no solo a los icónicos tenderos, sino también a los campesinos minifundistas, artesanos, vendedores ambulantes, pequeños profesionales independientes y pequeños comerciantes cuya única propiedad sea quizá un carro o un bote de remos y algunas herramientas, la clase se hincha como un globo. Si le añadimos la periferia de esta clase, a saber, agricultores aparceros, labradores por cuenta propia con su propio animal de tiro, traperos, buhoneros y vendedoras a domicilio itinerantes, profesionales cuya autonomía está restringida y cuyas propiedades son realmente mínimas, la clase crece todavía más. Lo que todos ellos tienen en comín, no obstante, y lo que les distingue de los oficinistas y de los obreros de las factorías es que ellos controlan su trabajo y su horario laboral sin apenas, o ninguna, supervisión. Uno puede legitimamente considerar que esta autonomía es muy dudosa cuando significa, en su aspecto práctico, trabajar dieciocho horas al día a cambio de una remuneración que apenas puede proveer los medios más básicos de subsistencia. Y sin embargo, está claro, como veremos en seguida, que el deseo de autonomía, de controlar su propia jornada laboral, y la sensación de libertad y de respeto de uno mismo que este tipo de control proporciona, son una aspiración social que ha sido muy subestimada por una gran parte de la población mundial.

Fragmento 18.
LA ETIOLOGÍA DEL DESPRECIO

Antes de que empecemos a colmar de elogios a la pequeña burguesía, hagamos una pausa para analizar por qué, como clase, tiene tan mala prensa. El desprecio marxista hacia la pequeña burguesía es, en parte, estructural. La industria capitalista creó el proletariado y, por lo tanto, solo con la emancipación del proletariado se podrá trascender el sistema capitalista. Curiosa, y también lógicamente, los marxistas, no sin una cierta reticencia, sienten admiración por los capitalistas que trascendieron el feudalismo y desencadenaron las enormes fuerzas productivas de la industria moderna. Podría decirse que sentaron las bases de la revolución proletaria y del triunfo del comunismo entre la abundancia material. La pequeña burguesía, en contraste, no es ni chica ni limoná; quienes pertenecen a ella son en su mayoría pobres, pero son capitalistas pobres. Pueden, de vez en cuando, aliarse con la izquierda, pero son amigos de conveniencia, y su lealtad, en esencia, no es fiable puesto que tienen un pie a ambos lados de la línea y desean convertirse en grandes capitalistas.
La traducción literal del francés petite al inglés petty en lugar de, por ejemplo, small, <<pequeña>>, es más perjudicial aún, porque ahora parece significar no solo pequeña, sino además de una trivialidad despreciable, como por ejemplo en pettifoggery (quisquillosidad), petty cash (calderilla) o simplemente petty (<<insignificante>>, <<nímio>>, <<trivial>>, <<de escasa importancia>>, <<menor>>). Y cuando forma el compuesto inglés petty-bourgeoisie, se une al desprecio que sienten los marxistas, la intelectualidad y la aristocracia por el gusto hortera y la vulgar preocupación por el dinero y las propiedades que caracterizan a los nuevos ricos. Después de la revolución bolchevique, ser tildado de pequeño burgués podía significar la prisión, el destierro y el exilio, o incluso la muerte. El desprecio por la pequeña burguesía se asoció a la teoría microbiana de la enfermedad en unos términos que presagiaban el antisemitismo nazi. Bujarin, estigmatizando a los obreros y marineros en huelga en Kronstadt, observó que <<la infección de la pequeña burguesía se ha extendido desde el campesinado hasta algunos segmentos de la clase obrera>>. Los pequeños campesinos que se resistieron a la colectivización fueron castigados en términos similares: <<el auténtico peligro de los bacilos del misma burgués y pequeñoburgués sigue vivo; la desinfección es necesaria>>. En este último caso, los bacilos en cuestión eran casi todos pequeños granjeros minifundistas con un modesto superávit que podían, tal vez, en época de cosecha, contratar a unos pocos peones. Y, por supuesto, la inmensa mayoría de la pequeña burguesía son las personas relativamente pobres, que trabajaban duro y que apenas poseen las suficientes propiedades para llegar, con dificultades, a final de mes; la explotación que practicaban está restringida sobre todo a la familia patriarcal, lo que un autor ha denominado <<autoexplotación>>.

Eric Hobsbawm (Un tiempo de rupturas) Sociedad y cultura en el siglo XX

Si el leguaje no es correcto, entonces lo que se dice no es lo que se quiere decir, si lo que se dice no es lo que se quiere decir, entonces lo que se debe hacer queda por hacer; si esto queda por hacer, el arte y la moral se deteriorarán; si la justicia se extravía, la gente quedará perdida entre la confusión. Por esto, no debe haber arbitrariedad en lo que se dice. Es una cuestión de suma importancia.

Karl Kraus dedicó su vida a ordenar el mundo a través de las palabras. La corrupción de los valores por medio de las palabras -dichas, oídas y, sobre todo leídas- da forma y estructura a Los últimos días de la humanidad. No es casual que cada acto de la tragedia empiece con los gritos de nuevos vendedores de prensa con sus titulares.
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Por último, los dictadores ansiaban movilizar el pasado nacional en su favor, con la creación de mitos o las invenciones que fueran necesarias. Para el fascismo italiano, el punto de referencia era la antigua Roma; en la Alemania de Hitler, se combinaron los bárbaros de extrema pureza de los bosques teutónicos con los caballeros medievales; en la España de Franco, se hizo hincapié en la era del triunfo de los soberanos católicos que expulsaron a los infieles y se enfrentaron a Lutero. La Unión Soviética tenía más dificultades para aprovechar la herencia de los zares, dado que, a fin de cuentas, la revolución se había hecho con el fin de destruirlos; pero a la postre, Stalin también consideró conveniente movilizar este pasado, en particular contra los alemanes. Ahora bien, la llamada a la continuidad histórica a los largo de los siglos imaginados nunca se produjo con la misma naturalidad que logró en las dictaduras de derechas. 

¿Cuánto arte del poder ha sobrevivido en esos países? Asombrosamente poco en Alemania; más en Italia; quizá la mayor parte (incluida la magnifica restauración de posguerra de Sant Peterburgo) en Rusia. Solo una cosa ha desaparecido en todos ellos: el poder en tanto movilizador del arte y el pueblo como teatro público. Este, que, entre 1930 y 1945, fue el impacto más intenso del poder sobre el arte, desapareció con los regímenes que habían asegurado su pervivencia mediante la repetición regular de rituales públicos. Los congresos de Núremberg, el Día del Trabajo y los aniversarios de la revolución en la Plaza Roja formaban el núcleo de lo que el poder esperaba del arte. Murieron para siempre junto con ese poder. Los estados que se hicieron realidad como política espectacular demostraron la irrelevancia tanto de ellos mismos como esta política. Si el estado teatral debe pervivir, <<el espectáculo debe continuar>>; pero al final, no lo hizo. El telón se ha bajado y no se volverá a levantar.

Félix de Azúa (Autobiografía de papel)

Creo que todos (menos algunos columnistas) estábamos ya hartos del idealismo chic y de la revolución con champán y caviar. Los resultados de la utopía liberadora, fuera la revolución maoísta, el uso habitual de drogas duras, el sexo en comunas y otras grandes ideas, habían dado ya suficientes muestras del terror como para que hasta el más idiota (el Idiota) se percatara de que había caído en una trampa no muy distinta a la que proponen las seductoras sectas religiosas. Quienes habíamos comprado (bastante barata, ciertamente) la felicidad del siglo XX, nos dimos cuenta un poco tarde de que cualquier felicidad que pueda mercantilizarse como liberación colectiva es, necesariamente, falsa.

La felicidad es una abstracción bancaria que se vende como una promesa de bienestar permanente. En el mejor de los casos, como una promesa de futuro al modo bolchevique, católico o nacionalista. Y es una mercancía para masas ansiosas de comprar cualquier medicina que les persuada de que están en este mundo para algo. No hay nada más grotesco que el actual uso del verbo <<disfrutar>> en el periodismo español aplicado a cualquier cosa (<<La duquesa de Las Calvas ha disfrutado de una operación de cáncer de mana>>), pero el gozo, el placer, el deleite o cualquier otro sinónimo de bienestar, incluido el disfrute, son siempre efímeros y obligatoriamente individuales. Ese es el mayor valor del gozo. Que no dura. Que es efímero. De modo que el idiota es ese prototipo que va dándose cuenta del fraude de las felicidades colectivas del siglo XX, todas ellas aseguradas en el futuro pero ausentes del presente.

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Mi persuasión, una de las escasas convicciones que me llevo de este mundo (y por eso la repito con tanta frecuencia), es que somos primitivos de nuestra era, que comenzó hacia 1970 y aún no ha cumplido los cincuenta. Estamos aún emergiendo del Antiguo Régimen del mundo industrial, en el cual los grandes relatos y las utopías (la venta de felicidad) sosegaban la ausencia de sentido. Dicho de un modo crudamente popular: aún estamos ensayando cómo se sobrevive en una sociedad sin dios y sin ayuda externa, después de veinte siglos de religión cristiana y sobreprotección divina. 

No tengo la menor duda de que las ideas libertarias o emancipadoras, típicas de Mayo del 68 y de los actuales periódicos progres, no son si no los fuegos artificiales que despiden a la gran utopía del siglo XX, la Revolución, el único deseo colectivo en verdad serio que ha tratado de sustituir a las iglesias cristianas. Una vez destruída la última utopía y convertido en un infierno el paraíso del proletariado, entramos lentamente en tierra ignota. Por eso suenan a viejo todos los progresismos mediáticos y por eso aún no hay nada que suene a nuevo. Nos parecemos a los cristianos de las catacumbas que a veces representaban a Jesucristo con los rasgos de Apolo porque no sabían aún lo que iban a ser. 

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Era muy hermoso ver en las cafeterías a los hombres fumar y leer la prensa, el sombrero sobre la silla vecina, un café con leche en taza o vaso con dos terrones de azúcar. En ocasiones la mirada se les disipaba sobre el gentío que entraba y salía, era el momento de la reflexión o el despiste. Si alguien me pregunta cuál es la imagen del mundo perdido por la que más nostalgia siento, diria que es esa. Estampa unificadora del alma occidental, la misma en Viena, en Chicago, en Verona, en Cáceres, en Estrasburgo, en Cracovia, en todas las ciudades del mundo civilizado muchos hombres dejaban el sombrero en la silla de al lado o sobre la mesa, abrían el periódico y pedían un café con leche mientras encendían el primer cigarro de la mañana. Millones de ciudadanos hacían exactamente el mismo gesto, se petrificaban en la misma postura, en Australia, en Argentina, en Nueva Inglaterra, en Menorca.

El aire del café estaba saturado de humo de tabaco flotando en capas paralelas que formaban cintas de caligrafía árabe y por los ventanales entraba una luz opaca y temerosa que obligaba a mantener encendidos los globos de la luz eléctrica en plena mañana. Como el icono bizantino la madre y el hijo, así también en esta imagen cristalizaban el alma y el cuerpo de un mundo que ahora debo abandonar.

Félix de Azúa (Lecturas compulsivas) Una invitación
Félix de Azúa (Contra Jeremías) Artículos políticos

Daniel Cohen (Homo economicus, el profeta (extraviado) de los nuevos tiempos)

Democracia y capitalismo
Ninguna cuestión es más importante para el porvenir del mundo que la de saber si China, a medida que se enriquezca, se convertirá a su vez en una democracia. En 1989, el año en que cayó el muro de Berlín, se produjo otro acontecimiento igual de importate: las manifestaciones de la plaza Tiananmen fueron aplastadas con sangre. Los chinos comprendieron brutalmente que las pasiones políticas no son apropiadas. Desde entonces, <<la pasión por el beneficio sustituyó a la pasión política; todos, como un solo hombre, se alzaron por esa vía, y ése fue el principio del desarrollo económico en los años noventa>>. Con humor, Yu Hua cuenta que el país pasó del culto al presidente Mao, líder supremo, al culto de los <<líderes de la moda, la elegancia, el encanto [...]. La competencia es tan encarnizada y la presión tan enorme que los esfuerzos desplegados parecen una guerra>>.

<<Determinados intelectuales occidentales, prisioneros de esquemas preconcebidos, están convencidos de que la economía solo puede crecer con rapidez en una sociedad perfectamente de democrática. De ahí su perplejidad: ¿cómo es posible que la economía se haya desarrollado a una velocidad tan asombrosa en un país que carece hasta tal punto de transparencia en el plano político?>> Para Yu Hua, esa <<energía>> es la que liberó la revolución cultural. La violencia contra las personas sigue siendo la misma. Solo han cambiado las maneras. Mao Zedong dijo una frese que los jóvenes alumnos aprendían de memoria: <<La revolución no es una cena de gala [...], es un levantamiento, un acto de violencia por el cual una clase derriba a otra>>. Es esa misma violencia la que explica hoy en día el deseo de enriquecimiento.

Para un occidental es un misterio que un régimen despótico como el chino consiga evitar caer en el nepotismo y la corrupción. La respuesta es que China de hecho oscila hacia esos dos males. Se llama <<jóvenes príncipes>> a los hijos de los dirigentes que ocupan el lugar de sus mayores. En la prensa china aparecen regularmente casos de corrupción. La prensa internacional por su parte se hizo eco, a principios de 2012, de la caída en desgracia de uno de los más altos dirigentes del partido, Bo Xilai, <<príncipe rojo>> a su vez, cuya mujer, Gu Kailai, fue acusada de asesinar a uno de sus socios ingleses que al parecer intentaba hacerla cantar.

Yu Hua invierte la cuestión ritual de la relación entre democracia y prosperidad de una manera irónica y cruel. Según él, es la falta de democracia la que ha permitido el desarrollo fulminante de la economía. Las expulsiones violentas han permitido arrasar los terrenos destinados a convertirse en yermos industriales. La represión obrera limita los salarios. El 13 de noviembre de 2009, una habitante de Chengdu llamada Tang Fuzhen lanzó cócteles molotov contra los que habían acudido a demoler su casa, antes de inmolarse mediante el fuego. Ese suceso conmovió a la opinión pública. Cinco profesores de derecho de la Universidad de Pekín argumentaron que ahí se había vulnerado la Constitución. Pero un mes más tarde, el 16 de diciembre de 2009, otra mujer, al volver a casa después de haber hecho la compra, la encontró derruida.

Anatole Kaletsky habla de <<capitalismo 4.0>> para definir <<un capitalismo autoritario manejado por el estado e inspirado en los valores asiáticos>>. Lee Kuan Yew, el señor de Singapur, se convirtió en campeón del <<autoritarismo asiático>>, desprenciando los valores individuales y libertarios de Occidente, y explicando que el modelo asiático es a la vez más eficaz y más justo. En un libro esencial titulado Desarrollo y libertad, Amartya Sen le respondía que <<Aung Suu Kyi no es una intérprete menos autorizada de las aspiraciones del pueblo birmano que los dirigentes militares del país. Y me costaría mucho elegir>>, añade, <<desde el punto de vista del autoritarismo, entre Confucio o Platón>>. Pensar en la libertad como atributo es tener la molesta costumbre de juzgar el pasado por el presente, olvidar la Inquisición, las tragédias del siglo XX, etc.

Paul Heinrich Thiry - Barón de Holbach (Etocracia) El gobierno fundado en la moral

La enorme desproporción que las riquezas producen entre los hombres es la fuente de los mayores males de la sociedad y merecen, en consecuencia, toda la atención de los gobernantes. Para hacer feliz a un Estado, el gobierno debería no sólo poner obstáculos a las fortunas rápidas, injustas, inmensas y escandalosas, que se hacen generalmente a expensas del príncipe y sus súbditos; la legislación debería también impedir cuidadosamente que las riquezas y las propiedades de una nación se acumulen en unas pocas manos. El interés del estado está siempre vinculado al de la mayoría; exige que muchos ciudadanos estén activos, ocupados útilmente, que gocen de un bienestar que los mantenga en situación de cubrir sin esfuerzos las necesidades de la patria. No hay patria para el hombre que no posee nada, o que goza en ella de una existencia precaria. La patria es indiferente para aquellos a quienes sólo se muestra como una madrastra, a los que no protege y no ayuda a subsistir.

Se diría que los ricos han concebido el proyecto de apartar la tierra de su destino. Al igual que los conquistadores, quieren invadirlo todo; no contentos con los palacios que albergan a sus personas, a menudo enfermizas, los extensos jardines, los parques inmensos, los bosques, las alamedas donde la vista se pierde se convierten en necesidades para ellos. Los veis ocupados en amasar posesiones  y hacer adquisiciones continuas; quisieran cambiar sus tierras por provincias que enseguida, por hastío, negligencia, avaricia o impericia, convertirán en tierras yermas sin provecho ni para ellos ni para el Estado. Todo terreno inculto debería formar parte de las tierras comunales para ser dado a los que pueden hacerlo valer útilmente para sí mismos y para la sociedad.

Una legislación más justa o sabia debería al menos oponerse a las usurpaciones de la opulencia, que siempre desea lo que no tiene y siempre está descontenta o disgustada con lo que tiene. Un gobierno menos parcial con los ricos encontraría evidentemente en las posesiones superfluas, que se pierden en las manos de éstos, con qué emplear útilmente los brazos de una multitud de desgraciados que, sin poseer nada y sin ocupación, buscan en el robo y el asesinato los medios más fáciles de subsistencia. Mortificados por los impuestos, despojados por los ricos, maltratados por los poderosos, rechazados por los corazones endurecidos, desprovistos en general de principios morales, los pobres se sublevan contra la sociedad, le declaran la guerra, se vengan de las injusticias mediante el crimen y arriesgan a menudo la vida, bien para no morir de hambre, o bien para contentar los vicios que el ejemplo de los ricos les han llevado a adquirir.

La indigencia, tantas veces juguete de las pasiones y los caprichos del poder, marchita el corazón del hombre o lo vuelve furioso. Nos sorprendemos de ver a gente del pueblo tan ruin, tan desvergonzada, tan dispuesta a cometer el mal por el interés más sórdido, pero dejamos de sorprendernos cuando reflexionamos que la fortaleza de ánimo de los pobres está completamente destruida a causa de la injusticia de los ricos. Los pobres se desprecian a sí mismos porque se ven objeto del desprecio y el rechazo de todo el mundo; odian a los ricos y a sus superiores, porque no ven en ellos sino enemigos, hombres desprovistos de piedad; odian la autoridad porque creen que sólo está hecha para oprimirlos, no para socorrerlos o defenderlos.

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